sábado, 25 de diciembre de 2010

De menos a más


"Al Rey le hacían gracia estas coñas mías. En general la gente se asusta mucho cuando habla con los monarcas. Y eso que don Juan Carlos es campechano. Sí, pero una cosa es que lo sea el Rey contigo y otra, que te pongas a serlo con el Rey desde tu plataforma de supuesto súbdito." Mario Conde (Días de Gloria)
"Clementina me parecía tan emocionada y enternecida que me sentía arder: pegué mi boca a la suya y, al no ver ninguna señal de alarma, iba a estrecharla contra mi seno cuando con la mayor dulzura, alargando un brazo, ella se alejó rogándome que la respetase. Le pedí perdón entonces, besando cien veces la bella mano que me había entregado." Giacomo Casanova (Memorias)
"Lo único que nos interesa realmente es la sensación momentánea, el instante instantáneo e inmediato. Contemplaríamos probablemente un hundimiento de gran volumen con una impavidez majadera, si encontrábamos que el espectáculo era suficientemente cómodo y divertido." Josep Pla (Crónica)
"Hemos contemplado ya a la prensa rastrera en celo, amasando dinero a costa de las curiosidades malsanas, trastornando a las masas para vender su deleznable papel, ese papel que ya no encuentra compradores cuando la nación está en calma, saludable y fuerte." Emile Zola (Yo Acuso)
"La Revolución me habría arrastrado de no haberse comenzado con crímenes. Vi la primera cabeza clavada en la punta de una pica, y me eché para atrás. Nunca el homicidio será a mis ojos objeto de admiración y un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más despreciable, más cobarde, más limitado que un terrorista." Chateubriand (Memorias de Ultratumba)
"Y el noble caballero fue rodeado, y con él toda su compañía, por los sarracenos y, aunque hizo maravillas con las armas, al fin sucumbió y él y toda su compañía fueron muertos. Y fue una gran pena que los españoles no acudieran en su ayuda." Jean Froissart (Crónicas)
"Su espíritu, temerario, trapacero, voluble, capaz de fingir y disimular cualquier cosa. Codicioso de lo ajeno, derrochador de lo suyo. En sus pasiones, ardiente. De elocuencia, lo justo; de prudencia, poca. Su espíritu insaciable ansiaba siempre lo desmesurado, lo increíble, lo que estaba demasiado alto." Salustio (Catilina)

sábado, 18 de diciembre de 2010

El enigma del acero


Estoy leyendo un libro muy interesante. Es "He who walked alone" de Novalyne Price, que cuenta las relaciones entre esta maestra de Texas y Robert E. Howard, que estaba pasando por la última etapa de su vida atormentada. Eso que a falta de mejor entendimiento llamamos azar intervino en ello. El libro llevaba por ahí dos años, y me está resultando una lectura amenísima. Tengo hasta miedo de acabarlo demasiado pronto.
Hay un párrafo que puede resumir todo lo demás. En un momento dado, Novalyne le habla a Howard de análisis psicológico, y Howard, un narrador de la mejor escuela y poco dado al academicismo, dice literalmente "A la mierda con Henry James". En una de esas ironías trágicas que abunda la vida, nos damos cuenta de que el diario de Price, de haber sido de ficción, hubiera sido una de las mejores obras de Henry James.
Nos encontramos con una protagonista independiente, con ansias de escritora, que se acerca a Howard para aprender a escribir, se enamora un poco de él, pero acaba huyendo ante sus rarezas. Es realmente asombroso ver la vida de Howard a través de los ojos de una profesora de escuela: Novalyne es muy perceptiva para algunas cosas concretas, pero aunque tiene delante de sus ojos las piezas para resolver el enigma, no puede verlas.
En el libro, Howard muestra sus defectos emocionales, pero también su dominio del oficio de escritor, a través de sus conversaciones, recogidas vívidamente por Price. Sin embargo, la frustrada novia, aficionada a representar teatro, se equivoca de obra. Cree formar parte de un melodrama sentimental y no ve que forma parte indirecta de una tragedia sorda, muy sureña, digna del mejor Faulkner, si la narradora no fuera ella.
Así, cuando Howard está melancólico, o cuando su madre se asusta ante la posibilidad de perderle, Novalyne se irrita porque en algunas ocasiones lo considera un marido potencial. Luego, cuando ya sabe que no es "el que buscaba", se aprovecha un tanto de él. No puedo condenar a Price, porque es una narradora excelente y sensible, y por otra parte, uno capta que al lado del inestable Howard ninguna mujer podía alcanzar la felicidad.
He citado a dos autores americanos prominentes. A estas alturas, creo que Howard fue un autor americano prominente, del mismo modo que Poe o Lovecraft. Pero también albergo una creencia más compleja, y es que las fronteras entre la realidad y la ficción son muy estrechas y veladas. "He who walked alone" es una magistral obra de ficción y una muestra de vida al mismo tiempo, y con ello Novalyne Price paga a Howard, y a sus lectores, la deuda contraída.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La buena compañía


A lo largo de nuestras mecánicas vidas, recurrimos a muchos sucedáneos para aliviar nuestras carencias esenciales. Sólo cuando ocurre algo que nos despierta y trastorna nos damos cuenta de qué poco valor tienen esas cosas que nos ofrece el mercado, siempre atento a nuestras debilidades. Ese algo que puede hacernos cambiar de pespectiva es, por ejemplo, la llegada de una persona adecuada. Una de esas personas con las que estás siempre a gusto. En tal compañía, uno se olvida de todo lo que no es importante.
Te olvidas de la televisión con sus peleles, que atonta y seda la mente. Te olvidas de las noticias de actualidad, que en realidad no le ocurren a nadie. De Internet y los ordenadores, instrumentos para matar el tiempo en lugar de vivirlo. De las comodidades, que se ven superadas por una mejor incomodidad. Del deporte y la política, temas de charla idiota. De eso que se llama cultura, que no es más que una forma de presunción y distancia.
Cuando estás en la compañía adecuada, ya no tienes tantas ganas de comprar aquello que no necesitas. Ya no tienes ganas de pasear para ver las caras imbéciles de los miles de desgraciados que pueblan las ciudades solitarias. La música es una cacofonía sin sentido al lado de una buena conversación, de una voz amiga. La comida, necesidad monótona, pasa a ser una periódica fiesta compartida en que todo está bueno y rico.
La persona adecuada tiene efectos importantes, pues destaca a las que no lo son, esos hombres y mujeres que adornan la soledad, pero no la mitigan, a los que uno se agarra por costumbre, pero no por afecto verdadero. Por lazos ilusorios, que no por los reales. Cuando no hay afinidad real, respeto profundo, sencillez de trato, humildad y simpatía, los seres humanos son repugnantes, un estorbo ruidoso, una manada de lobos hipócritas que te quitan las ganas de dormir y de despertar.
Aunque de esto no eres consciente con la persona adecuada. Pero, ¡ay, si esa persona se va! Qué vacío, qué tremendo bofetón te da la realidad a la que has de volver resignado cuando ya no estás en la compañía perfecta. Qué nauseabundo se vuelve todo, qué circo estéril, qué espectáculo apagado es la vida cuando te quedas, de nuevo, solo. Durante un tiempo terrible, hasta que vuelves a acostumbrarte a tu rutina de esclavo del tiempo y el dolor, no hay nada que no resulte insoportable.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Segunda caída


Hay algo que me inquieta mucho en la noticia de que Pompeya está siendo sepultada, una vez más. Esta vez no es un volcán, sino la dejadez humana la que está haciendo que las casas vuelvan a derrumbarse. Es simbólico que una Europa debilitada en todos los sentidos esté olvidando sus orígenes. Se puede decir, literalmente, que el presente está enterrando el pasado, al mismo tiempo que lo refleja. Pero a mí me espantan estas cosas, me provocan reflexiones perturbadoras y desoladas.
Es, sin duda, el horror al vacío. El brujo Thuzun Thune le advierte a Kull que las naciones pasan y son olvidadas. No puedo evitar sentir el mismo pasmo que el rey. Ya es bastante triste que los hombres estemos condenados a morir. Lo que me resulta intolerable es que aquello que perdura de nosotros, el arte y la cultura, también esté condenado a la larga. Hay un viejo poso que me recuerda que los reyes vienen y van, pero los poetas le cantan a la eternidad.
Es una modesta y conmovedora forma de trascendencia, quizás la única que soy capaz de entender. Nunca he estado en Pompeya, pero en cierto modo me consuela saber que allí están los frescos de familias que vivieron allí hasta el año fatídico en que estalló el Vesubio. Murieron, y por tanto vivieron, y la prueba de ello son esos retratos. Cuando miramos las obras de arte del pasado, es difícil no ver el parentesco íntimo con nuestros antepasados.
Es algo que últimamente se repite con desgraciada frecuencia. El saqueo del museo de Irak en 2003 fue algo aún peor, terrorífico, por parte de las tropas americanas. Los daños fueron irreparables. Tengo la extraña impresión de que, con actos como estos, sólo ponemos de manifiesto lo cerca que estamos del abismo. Pues el que olvida las heridas de una primera caída está expuesto a caer de nuevo, con mayor estrépito, cumpliendo la pesadilla de Spengler.
No me conmueve mucho Europa. Uno puede transitar las calles de sus ciudades, tan castigadas por guerras pasadas, y llevado por la melancolía, pensar que en el futuro sean ruinas olvidadas como Pompeya lo es ahora. Pero es que a mí, de Roma, sólo me interesa Roma. Sin embargo, la noche nos ofrece un vasto cosmos indiferente a nuestra soledad. Y es por eso que me agrada pensar que, cuando todos hayamos sido olvidados, nuestros descendientes verán en nuestros restos lo que yo veo en los ojos de las estatuas.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Más allá del mar


La primera condición necesaria para saber es reconocer lo que no se sabe. Esta condición se cumple poco en Occidente, fuera de los círculos académicos y especializados. Desde Europa, por ejemplo, se considera universal lo que ocurre en el continente, en Estados Unidos, y como mucho en Rusia y Sudamérica. Fuera de ahí, incluso los inquietos nos encontramos con un mar de ignorancia acerca de las cosas más básicas. Personalmente, me gustaría echarme a navegar y alcanzar las costas lejanas.
Es posible que haya un condicionante en el hecho de vivir donde lo hago. He paseado por algo de la cultura que me rodea, y he observado con desconsuelo que en Cataluña, especialmente en provincias, el universo de la gente es su ombligo. En el conjunto de España, la cosmovisión sólo llega hasta Francia, cuyos límites son los de Napoleón. En Inglaterra, que en su condición de isla siempre ha sido un poco menos provinciana, ya hay una cierta proyección hacia el mundo, pero me sigue pareciendo insuficiente.
Lo cierto es que, aun siendo curioso de todas las culturas, tengo un enorme y frustrante desconocimiento de la cultura asiática. No conozco apenas nada de la literatura, la historia, la filosofía, el arte y la política de naciones tan significativas como China, la India y Japón, por citar a los tres países más importantes de la Costa del Pacífico, cuya importancia global es cada día más palpable a nivel económico, y cuya influencia se extiende a otras naciones y culturas vecinas que a nosotros nos resultan simples exotismos
No me han ayudado mucho, la verdad sea dicha. Hay una sabiduría íntima en conocer sólo aquello que nos afecta personalmente. Es decir, entre saber cómo están los geranios de mi balcón y leer un periódico, quizás sea preferible regar las plantas. Pero interesarse más por un desconocido de mi pueblo que por un sabio chino del siglo V me parece un poco más idiota de una manera deliberada. Y nuestros medios de comunicación y divulgación han hecho poquísimo por satisfacer esa legítima curiosidad.
Ha habido curiosos de Oriente desde que Alejandro hizo caminar a sus soldados hasta las puertas del Indo. Pero el eurocentrismo, esa cultura de la ignorancia, no ha convertido las excepciones en regla. Me consta que en Asia también ha habido y hay estudiosos de Occidente: en Japón, de hecho, son muchos. Es más, yo diría que nos conocen mejor de lo que nosotros los conocemos a ellos. Esa desventaja, en unos tiempos en que la balanza de poder empieza ya a inclinarse y no precisamente en nuestra dirección, puede ser decisiva en los próximos años.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Piedras sobre piedras


A veces me da por imaginar una época en que ya la humanidad haya hecho todo lo que le era posible. No me refiero a las funciones de rutina de cada individuo, como cambiar un neumático. Me refiero a una especie que haya agotado su civilización, que esté tan aplastada por el peso de sus logros pasados, que ya no pueda moverse hacia adelante. Esa futura comunidad decadente, al borde de su final, tendría ciertos rasgos particulares que me gustaría detallar.
Me imagino que cuando las cosas lleguen a ese punto, habrán algunas castas que tendrán un cierto prestigio social, y que serían las dominantes. Los arqueólogos y los historiadores serían, en mi sueño, grupos muy respetados. Me imagino un trabajo apasionante que consista, no en innovar, sino en redescubrir, en encontrar cosas nuevas o desconocidas en la obra de los antepasados. Muchas cosas se interpretarían de maneras distintas, a la luz del estado de ese mundo, que ya conoce la finalidad a la que iban dirigidos todos los esfuerzos precedentes.
Además surgiría una especie de clase media compuesta de aficionados cada vez más expertos, y que tendrían éxito en todos los cenáculos. Sería un mundo de eruditos, pero no habría ya nada nuevo. Toda la literatura estaría ya escrita y almacenada, todas las artes representadas en todas sus variaciones, toda la música ya habría sido compuesta, toda la ciencia consumida ya en meras especulaciones. Las estrellas mirarían con frialdad a un mundo que no conoce cómo cantarlas, ni es capaz de llegar a ellas.
Soy capaz de imaginar el comportamiento de una sociedad así, fuera de esas clases melancólicas. Puesto que, de algún modo, las personas de esa época estarían en una especie de mortal compás de espera, me imagino grandes fiestas hedonistas en que mujeres y hombres se entregarían a los placeres hasta franquear los límites de la ética. El aburrimiento, que haría presa en una sociedad en plena decadencia, como la termita en un roble caduco, obligaría a los nobles humanos a comportarse como los animales de los que hace mucho tiempo descendieron.
Tengo sueños de esta clase a veces, cuando me siento en el porche de mi casa y hojeo algún volumen descolorido lleno de palabras que pierden su sentido cuando me entra la modorra. La tranquilidad, quizás excesiva, me invita a pensar en estas cosas mientras la lluvia cae sobre los árboles que susurran en la oscuridad. Mi mujer dice que pienso demasiado, y que eso no es bueno. Debería hacerle caso, porque he llegado a imaginar que estoy viviendo en esa época, que el terrible sueño es ya una realidad.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lecciones de vida


Ahora eres muy pequeño, hijo mío. Pero sé que me entiendes, porque no te subestimo. Lo primero de todo, observa bien a todos los que te rodean, a tus amigos y compañeros. En la medida de lo posible, haz las cosas más parecidas a las que ellos hacen. No tengas comportamientos extraños, no llames la atención, no pases fácilmente de la alegría a la pena, sé constante y templado. Estás destinado a vivir con ellos el resto de tu vida, así que aprende a estar con ellos.
Cuida tu cuerpo y tu aspecto. No comas demasiado, no te dejes ni abandones, ten una buena higiene, haz ejercicio desde ya. Incluso ahora, te juzgan por tu aspecto, y cuando seas mayor, aún te juzgarán más por ello. No me pidas ropa cara, que un buen cuerpo se viste fácilmente. No seas extravagante, mantén la seguridad en ti mismo, y que los ojos de los demás sean para ti como un espejo. No seas vanidoso, pero tampoco demasiado modesto. Has de estar siempre visible, pero de un modo agradable.
No es tan difícil distinguir entre las personas. Sé que ahora te sorprenderás, pequeñín, pero busca siempre la compañía de los que tienen más dinero. De poco sirve el ingenio a quien no tiene dónde caerse muerto. De poco sirve la sabiduría a quien no puede viajar. Los ricos te abrirán las puertas al mundo, y te permitirán conocer más gente. No te preocupes por nada: yo nunca te hubiera tenido si no hubiera sido rico, así que no pasarás vergüenza entre ellos.
Nunca digas lo que pienses, porque es lo que menos importa. Si estás seguro de algo, no lo estarás más por decirlo en voz alta, y si no lo estás, mejor será que estés callado. Tu charla ha de ser amena, pero guarda las cosas profundas para tu almohada, que a nadie le gusta que le aburran. Por lo demás, valora lo que otros dicen, pero sólo ten en cuenta lo que te sea útil. No anuncies a tus amigos tus intenciones, ni seas demasiado sincero.
Mira, hijo, las cosas más importantes de nuestra vida se deciden en los momentos más inesperados. Cuando seas mayor, te gustarán las chicas. Elige siempre a las más guapas, porque son las más seguras y simpáticas. Si puede ser, elígelas también ricas, porque mal va una pareja donde uno tiene más que otro. No seas amigo de tu futura novia. Es más, no seas demasiado amigo de nadie. Mejor es conocer a mucha gente que conocer demasiado a cuatro gatos, recuerda siempre esto que te digo.
En lo demás, te dejo elegir. Lo que importa no es lo que se aprende, sino dónde se aprende. No sé si te gusta la música, la química, o la arquitectura. Cuando sepas lo que quieres, lánzate a por ello, me da igual lo que escojas. Porque puedes bien creerme, hijo, que si sigues las anteriores lecciones que te he dado, será muy difícil que no alcances el éxito en cualquier cosa que te propongas. Otros habrá que te digan que aprendas lo que está en los libros, que seas honrado, y muchas tonterías semejantes. No les prestes nunca tu atención, porque están muy equivocados.

sábado, 30 de octubre de 2010

Granos de arena


Se ha explotado mucho el término Web 2.0 para dar cuenta de la transformación de Internet en estos últimos años, consistente en una interacción más amplia de los usuarios en muchos de sus servicios. El triunfalismo del término, siempre en manos de sus publicistas, debe encontrar su contrapunto. Escéptico como soy, no puedo dejar de observar que las sombras son más numerosas que las luces en este fenómeno.
La primera falacia es decir que la web 2.0 se contrapone a la anterior en que el usuario no es un mero receptor, sino que participa de la creación de contenidos. Excuse me? En Internet, el usuario nunca ha sido un usuario pasivo, pues, a diferencia de la televisión, siempre ha podido elegir los contenidos a los que tenía acceso. La diferencia con otros medios es que la falta de audiencia no elimina webs, porque no se pierde mucho dinero. De hecho, la estructura de Internet sigue siendo igual técnicamente hablando.
La web 1.0 tenía sus aciertos, de hecho. Es cierto que el acceso era bastante más complicado, y el diseño era muy primitivo, pero había páginas personales en abundancia, los grupos de noticias como Usenet permitían un intercambio de ideas muy fértil, y cundía la noción (algo ingenua) de que Internet era una reunión de mentes, ya que nadie que al menos no supiera programar en HTML podía introducir contenidos. En resumen: había una criba, siquiera técnica, para separar la paja del grano.
Algunos de los críticos más feroces de la web actual (pues no estoy solo en esto), se han centrado en la Wikipedia y las redes sociales. De ambas cosas he hablado en otras ocasiones. La Wikipedia funciona muy bien a pesar de sus detractores, pero porque tiene editores en escalas de jerarquía. Respecto a las redes sociales, como Facebook y Twitter, sólo apuntaré aquí que son reducciones perversas de la comunidad humana.
Quiero centrarme esta vez en otra vertiente del tema. Si uno lee una edición digital de un periódico cualquiera, puede observar que muchas noticias tienen la posibilidad de ser comentadas y valoradas por los usuarios (es decir, lectores 2.0). Hoy en día cualquiera puede tener un blog y contarnos lo que le venga en gana. En Youtube todo el mundo mira y comenta videos de perros, gatos y bebés. Hay sitios de noticias elegidas por los usuarios, como Digg. Y por supuesto podemos colgar nuestras fotos turísticas en Flickr.
¿Cuál es el balance? Primero, el de la trivialidad: la mayor parte de contenidos están basados en la actualidad, o en temas bastos y primarios. Los comentarios a las noticias se convierten en cruces de insultos o vulgaridades. Se ha perdido para siempre la "aristocracia de los que entienden", en favor de la mediocracia de los que creen que entienden, que somos todos. Pero aunque yo me crea más inteligente que los demás, lo que digo se perderá en un mar de murmullos más o menos similares. Un grano de arena tiene su belleza propia, pero es muy difícil apreciarlo en una playa.

jueves, 21 de octubre de 2010

Wells el precursor


Del mismo modo que todos los trucos de la novela policíaca están ya contenidos en los tres cuentos que Poe dedicó a Auguste Dupin, todas las claves del género de ciencia ficción están contenidas en el primero de sus autores, el no siempre valorado H.G. Wells. Los pioneros no tienen mérito sólo por ser los primeros, sino porque suelen ser los mejores. Poe era notoriamente mayor escritor que Conan Doyle, y Wells era bastante más hábil que la mayoría de sus sucesores en el género.
En El Hombre Invisible, Wells trata el tema del científico loco, pero es lo suficientemente astuto como para describir a un hombre que enloquece progresivamente. Aunque desde el principio sabemos que Griffin es un hombre con escaso valor humano, simpatizamos más con él que con su compañero Kemp, un científico más razonable que, sin embargo, organiza una salvaje cacería contra el hombre invisible, ayudado por una masa anónima y detestable.
Wells retoma el tema, pero con un tono sensiblemente distinto, en la Isla del Dr. Moreau. Aquí oímos los ecos de Swift. El Doctor Moreau es el dictador de una isla poblada por sus criaturas (asombrosa predicción de la ingeniería genética), pero los hombres-bestia nos inquietan genuinamente, del mismo modo que le quitan el sueño a Prendrick. No he podido leer Los Primeros Hombres en la Luna, de modo que me reservo una entrada futura.
Los marcianos de La Guerra de los Mundos no son odiosos, porque no tienen ningún atributo humano apreciable. Son simplemente una fuerza hostil puesta por Dios (Wells, conocido evolucionista, no cae en los reduccionismos actuales) para poner a prueba la arrogancia humana. Sin embargo, sentimos una pena extraña por los marcianos cuando aúllan en su enfermedad, enmedio de un Londres vencido. Y del mismo modo sentimos un extraño orgullo ante la reflexión final, eminentemente poética.
En La Máquina del Tiempo, Wells vuelve a usar, como marca de la casa, narradores descoloridos que sin embargo tienen unas dotes asombrosas para la descripción y la reflexión. Uno de los mayores aciertos de esta novela es situar su acción en un año futuro lo suficientemente lejano, el 802.701, como para no tener que dejarse inquietar por las comparaciones. Ningún autor de ciencia ficción posterior (ni siquiera Wells) tiene ese acierto. Dentro de ochocientos mil años, si como yo aventuro alguien lee a Wells, no le importará que el futuro sea totalmente diferente.

lunes, 18 de octubre de 2010

Pies de barro


El caso de Jesús Neira es digno de ser analizado con perspectiva y con la cabeza fría, algo de lo que los medios de comunicación son incapaces. Quizá Neira ilustre la afirmación de que "un héroe de nuestro tiempo", en palabras de Lermontov, ha de ser una figura trágica. Hace dos años, este profesor universitario de Teoría del Estado se encontró con que un hombre estaba pegándole una paliza a una mujer, y se interpuso verbalmente. El agresor atacó a Neira con tal saña, que éste finalmente entró en un largo coma.
La mujer defendida por Neira, una tal Violeta Santander, aprovechó sus cinco minutos de fama para subirse a la palestra de La Noria, y defender a su maltratador, un tal Antonio Puerta. No fueron pocos los espectadores del repulsivo show, que debiera ser siempre medido por este episodio, y algunos incluso la creyeron. Más adelante, Neira salió del hospital, tras alguna recaída en su estado, y cayó en la misma trampa que ella.
Era un héroe. El público, los medios, y los políticos se encargaron de ensalzarlo. El profesor no acabó de digerirlo del todo, y enmedio de la vorágine creada a su alrededor, se olvidó de que el mayor crimen del mundo es tener una opinión propia. Como además su visión de las cosas, difundida con poco tacto, parecía concordar con una posición política incómoda, la gente que antes lo ensalzó empezó a acumular un sordo rencor contra él.
Sólo era cuestión de tiempo que se desatara la furia, bien alimentada por las cámaras televisivas. Neira les dio la excusa perfecta al conducir con más alcohol de la cuenta en su sangre. Entonces empezó el linchamiento, por parte de los mismos que lo habían santificado, y de otros, que la masa tiene una condición muy porcina. Fue destituido de algún cargo, y vilipendiado por muchos grupos feministas y de izquierda.
Todo ha acabado de una manera extraña y precipitada. El antiguo agresor ha aparecido muerto por sobredosis, Neira ha vuelto a recaer en su estado de salud, y la antigua agredida ha sido ingresada en una clínica psiquiátrica. Ninguno de los actores de esta obra lo iba a admitir, pero todos han sido víctimas de una bestia con mucho mayor poder que la ira, las drogas, y el resentimiento: la fama televisiva, que los ha arrastrado a todos por el fango.

martes, 5 de octubre de 2010

El bufón es rey


A menudo me da por pensar que la locura es una amplificación de la cordura, ya que el caso contrario es mera estupidez. Así, cuando Calígula nombró cónsul y senador a su caballo favorito, lo hizo menos por capricho que por ampliación de la humillación al Senado que Augusto había comenzado. Era una forma de decirle a los miembros de un Senado sin poder alguno: “¡cualquiera puede hacerlo!” Por ello, no debe sorprendernos demasiado que, si Belén Esteban se presentara a unas elecciones generales, fuera la tercera fuerza más votada. Es un síntoma de que estamos en democracia, ya que ahora el pueblo toma el lugar de Calígula. Pero también es síntoma de lo degenerada que está la democracia.
¿Ha de sorprendernos? Belén Esteban es, al fin y al cabo, una persona que habla en el lenguaje del pueblo llano, ese pueblo cuya religión es el fútbol y sus altares caseros son los televisores. Podemos decir que los méritos de esta mujer son haber sido el receptáculo del semen de un torero mediocre, y ser el reclamo principal de la cadena de televisión más zafia de la galaxia catódica. No hay que desdeñar la conexión italiana: recordemos la memorable carrera política de la actriz porno Cicciolina, que estuvo dispuesta a hacer un trato sexual con Bin Laden. Algunos de los candidatos a las elecciones de California eran igualmente exóticos.
Pero, después de todo, ¿tenemos algo mejor? Hagamos un breve repaso. En España tenemos a un presidente que dice que “la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, y que llama “desaceleración” a una caída al vacío. En Francia, el presidente es un mequetrefe con ínfulas racistas y aire de playboy. En Italia, siempre tan parecida a España, el líder es un sátiro mafioso y burlón que se mofa de las desgracias pasadas y presentes. En Alemania, tenemos a una maternal vaca que impone recetas inútiles a una crisis económica. En Inglaterra desfilan papagayos sin personalidad definida, mientras que en Rusia se va asentando una casta de oscuros funcionarios tiránicos con las manos ensangrentadas. Para rematar la faena, el líder del “mundo libre” es un tipo que apoya la construcción de una mezquita al lado de los restos de la Zona Cero.
Siempre me ha parecido irónico que uno de los grandes defensores de la democracia fuera Winston Churchill, quizás el mejor político del siglo XX, o al menos, el único que me inspira un cierto respeto. Pero ahí tenemos a China, desconocedora absoluta de las bondades del sistema representativo, y que camina con aire imperial hacia un destino de grandeza económica y poder estratégico crecientes, con niveles de bienestar cada vez mayores en la zona más poblada de la Tierra. Si el sistema democrático representaba un paradigma defendible, la existencia de una China próspera, y los síntomas de la degeneración en nuestras fronteras, son suficientes para plantearse un paradigma político nuevo.