jueves, 21 de octubre de 2010

Wells el precursor


Del mismo modo que todos los trucos de la novela policíaca están ya contenidos en los tres cuentos que Poe dedicó a Auguste Dupin, todas las claves del género de ciencia ficción están contenidas en el primero de sus autores, el no siempre valorado H.G. Wells. Los pioneros no tienen mérito sólo por ser los primeros, sino porque suelen ser los mejores. Poe era notoriamente mayor escritor que Conan Doyle, y Wells era bastante más hábil que la mayoría de sus sucesores en el género.
En El Hombre Invisible, Wells trata el tema del científico loco, pero es lo suficientemente astuto como para describir a un hombre que enloquece progresivamente. Aunque desde el principio sabemos que Griffin es un hombre con escaso valor humano, simpatizamos más con él que con su compañero Kemp, un científico más razonable que, sin embargo, organiza una salvaje cacería contra el hombre invisible, ayudado por una masa anónima y detestable.
Wells retoma el tema, pero con un tono sensiblemente distinto, en la Isla del Dr. Moreau. Aquí oímos los ecos de Swift. El Doctor Moreau es el dictador de una isla poblada por sus criaturas (asombrosa predicción de la ingeniería genética), pero los hombres-bestia nos inquietan genuinamente, del mismo modo que le quitan el sueño a Prendrick. No he podido leer Los Primeros Hombres en la Luna, de modo que me reservo una entrada futura.
Los marcianos de La Guerra de los Mundos no son odiosos, porque no tienen ningún atributo humano apreciable. Son simplemente una fuerza hostil puesta por Dios (Wells, conocido evolucionista, no cae en los reduccionismos actuales) para poner a prueba la arrogancia humana. Sin embargo, sentimos una pena extraña por los marcianos cuando aúllan en su enfermedad, enmedio de un Londres vencido. Y del mismo modo sentimos un extraño orgullo ante la reflexión final, eminentemente poética.
En La Máquina del Tiempo, Wells vuelve a usar, como marca de la casa, narradores descoloridos que sin embargo tienen unas dotes asombrosas para la descripción y la reflexión. Uno de los mayores aciertos de esta novela es situar su acción en un año futuro lo suficientemente lejano, el 802.701, como para no tener que dejarse inquietar por las comparaciones. Ningún autor de ciencia ficción posterior (ni siquiera Wells) tiene ese acierto. Dentro de ochocientos mil años, si como yo aventuro alguien lee a Wells, no le importará que el futuro sea totalmente diferente.

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