miércoles, 17 de noviembre de 2010

Más allá del mar


La primera condición necesaria para saber es reconocer lo que no se sabe. Esta condición se cumple poco en Occidente, fuera de los círculos académicos y especializados. Desde Europa, por ejemplo, se considera universal lo que ocurre en el continente, en Estados Unidos, y como mucho en Rusia y Sudamérica. Fuera de ahí, incluso los inquietos nos encontramos con un mar de ignorancia acerca de las cosas más básicas. Personalmente, me gustaría echarme a navegar y alcanzar las costas lejanas.
Es posible que haya un condicionante en el hecho de vivir donde lo hago. He paseado por algo de la cultura que me rodea, y he observado con desconsuelo que en Cataluña, especialmente en provincias, el universo de la gente es su ombligo. En el conjunto de España, la cosmovisión sólo llega hasta Francia, cuyos límites son los de Napoleón. En Inglaterra, que en su condición de isla siempre ha sido un poco menos provinciana, ya hay una cierta proyección hacia el mundo, pero me sigue pareciendo insuficiente.
Lo cierto es que, aun siendo curioso de todas las culturas, tengo un enorme y frustrante desconocimiento de la cultura asiática. No conozco apenas nada de la literatura, la historia, la filosofía, el arte y la política de naciones tan significativas como China, la India y Japón, por citar a los tres países más importantes de la Costa del Pacífico, cuya importancia global es cada día más palpable a nivel económico, y cuya influencia se extiende a otras naciones y culturas vecinas que a nosotros nos resultan simples exotismos
No me han ayudado mucho, la verdad sea dicha. Hay una sabiduría íntima en conocer sólo aquello que nos afecta personalmente. Es decir, entre saber cómo están los geranios de mi balcón y leer un periódico, quizás sea preferible regar las plantas. Pero interesarse más por un desconocido de mi pueblo que por un sabio chino del siglo V me parece un poco más idiota de una manera deliberada. Y nuestros medios de comunicación y divulgación han hecho poquísimo por satisfacer esa legítima curiosidad.
Ha habido curiosos de Oriente desde que Alejandro hizo caminar a sus soldados hasta las puertas del Indo. Pero el eurocentrismo, esa cultura de la ignorancia, no ha convertido las excepciones en regla. Me consta que en Asia también ha habido y hay estudiosos de Occidente: en Japón, de hecho, son muchos. Es más, yo diría que nos conocen mejor de lo que nosotros los conocemos a ellos. Esa desventaja, en unos tiempos en que la balanza de poder empieza ya a inclinarse y no precisamente en nuestra dirección, puede ser decisiva en los próximos años.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Piedras sobre piedras


A veces me da por imaginar una época en que ya la humanidad haya hecho todo lo que le era posible. No me refiero a las funciones de rutina de cada individuo, como cambiar un neumático. Me refiero a una especie que haya agotado su civilización, que esté tan aplastada por el peso de sus logros pasados, que ya no pueda moverse hacia adelante. Esa futura comunidad decadente, al borde de su final, tendría ciertos rasgos particulares que me gustaría detallar.
Me imagino que cuando las cosas lleguen a ese punto, habrán algunas castas que tendrán un cierto prestigio social, y que serían las dominantes. Los arqueólogos y los historiadores serían, en mi sueño, grupos muy respetados. Me imagino un trabajo apasionante que consista, no en innovar, sino en redescubrir, en encontrar cosas nuevas o desconocidas en la obra de los antepasados. Muchas cosas se interpretarían de maneras distintas, a la luz del estado de ese mundo, que ya conoce la finalidad a la que iban dirigidos todos los esfuerzos precedentes.
Además surgiría una especie de clase media compuesta de aficionados cada vez más expertos, y que tendrían éxito en todos los cenáculos. Sería un mundo de eruditos, pero no habría ya nada nuevo. Toda la literatura estaría ya escrita y almacenada, todas las artes representadas en todas sus variaciones, toda la música ya habría sido compuesta, toda la ciencia consumida ya en meras especulaciones. Las estrellas mirarían con frialdad a un mundo que no conoce cómo cantarlas, ni es capaz de llegar a ellas.
Soy capaz de imaginar el comportamiento de una sociedad así, fuera de esas clases melancólicas. Puesto que, de algún modo, las personas de esa época estarían en una especie de mortal compás de espera, me imagino grandes fiestas hedonistas en que mujeres y hombres se entregarían a los placeres hasta franquear los límites de la ética. El aburrimiento, que haría presa en una sociedad en plena decadencia, como la termita en un roble caduco, obligaría a los nobles humanos a comportarse como los animales de los que hace mucho tiempo descendieron.
Tengo sueños de esta clase a veces, cuando me siento en el porche de mi casa y hojeo algún volumen descolorido lleno de palabras que pierden su sentido cuando me entra la modorra. La tranquilidad, quizás excesiva, me invita a pensar en estas cosas mientras la lluvia cae sobre los árboles que susurran en la oscuridad. Mi mujer dice que pienso demasiado, y que eso no es bueno. Debería hacerle caso, porque he llegado a imaginar que estoy viviendo en esa época, que el terrible sueño es ya una realidad.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lecciones de vida


Ahora eres muy pequeño, hijo mío. Pero sé que me entiendes, porque no te subestimo. Lo primero de todo, observa bien a todos los que te rodean, a tus amigos y compañeros. En la medida de lo posible, haz las cosas más parecidas a las que ellos hacen. No tengas comportamientos extraños, no llames la atención, no pases fácilmente de la alegría a la pena, sé constante y templado. Estás destinado a vivir con ellos el resto de tu vida, así que aprende a estar con ellos.
Cuida tu cuerpo y tu aspecto. No comas demasiado, no te dejes ni abandones, ten una buena higiene, haz ejercicio desde ya. Incluso ahora, te juzgan por tu aspecto, y cuando seas mayor, aún te juzgarán más por ello. No me pidas ropa cara, que un buen cuerpo se viste fácilmente. No seas extravagante, mantén la seguridad en ti mismo, y que los ojos de los demás sean para ti como un espejo. No seas vanidoso, pero tampoco demasiado modesto. Has de estar siempre visible, pero de un modo agradable.
No es tan difícil distinguir entre las personas. Sé que ahora te sorprenderás, pequeñín, pero busca siempre la compañía de los que tienen más dinero. De poco sirve el ingenio a quien no tiene dónde caerse muerto. De poco sirve la sabiduría a quien no puede viajar. Los ricos te abrirán las puertas al mundo, y te permitirán conocer más gente. No te preocupes por nada: yo nunca te hubiera tenido si no hubiera sido rico, así que no pasarás vergüenza entre ellos.
Nunca digas lo que pienses, porque es lo que menos importa. Si estás seguro de algo, no lo estarás más por decirlo en voz alta, y si no lo estás, mejor será que estés callado. Tu charla ha de ser amena, pero guarda las cosas profundas para tu almohada, que a nadie le gusta que le aburran. Por lo demás, valora lo que otros dicen, pero sólo ten en cuenta lo que te sea útil. No anuncies a tus amigos tus intenciones, ni seas demasiado sincero.
Mira, hijo, las cosas más importantes de nuestra vida se deciden en los momentos más inesperados. Cuando seas mayor, te gustarán las chicas. Elige siempre a las más guapas, porque son las más seguras y simpáticas. Si puede ser, elígelas también ricas, porque mal va una pareja donde uno tiene más que otro. No seas amigo de tu futura novia. Es más, no seas demasiado amigo de nadie. Mejor es conocer a mucha gente que conocer demasiado a cuatro gatos, recuerda siempre esto que te digo.
En lo demás, te dejo elegir. Lo que importa no es lo que se aprende, sino dónde se aprende. No sé si te gusta la música, la química, o la arquitectura. Cuando sepas lo que quieres, lánzate a por ello, me da igual lo que escojas. Porque puedes bien creerme, hijo, que si sigues las anteriores lecciones que te he dado, será muy difícil que no alcances el éxito en cualquier cosa que te propongas. Otros habrá que te digan que aprendas lo que está en los libros, que seas honrado, y muchas tonterías semejantes. No les prestes nunca tu atención, porque están muy equivocados.