lunes, 13 de diciembre de 2010

La buena compañía


A lo largo de nuestras mecánicas vidas, recurrimos a muchos sucedáneos para aliviar nuestras carencias esenciales. Sólo cuando ocurre algo que nos despierta y trastorna nos damos cuenta de qué poco valor tienen esas cosas que nos ofrece el mercado, siempre atento a nuestras debilidades. Ese algo que puede hacernos cambiar de pespectiva es, por ejemplo, la llegada de una persona adecuada. Una de esas personas con las que estás siempre a gusto. En tal compañía, uno se olvida de todo lo que no es importante.
Te olvidas de la televisión con sus peleles, que atonta y seda la mente. Te olvidas de las noticias de actualidad, que en realidad no le ocurren a nadie. De Internet y los ordenadores, instrumentos para matar el tiempo en lugar de vivirlo. De las comodidades, que se ven superadas por una mejor incomodidad. Del deporte y la política, temas de charla idiota. De eso que se llama cultura, que no es más que una forma de presunción y distancia.
Cuando estás en la compañía adecuada, ya no tienes tantas ganas de comprar aquello que no necesitas. Ya no tienes ganas de pasear para ver las caras imbéciles de los miles de desgraciados que pueblan las ciudades solitarias. La música es una cacofonía sin sentido al lado de una buena conversación, de una voz amiga. La comida, necesidad monótona, pasa a ser una periódica fiesta compartida en que todo está bueno y rico.
La persona adecuada tiene efectos importantes, pues destaca a las que no lo son, esos hombres y mujeres que adornan la soledad, pero no la mitigan, a los que uno se agarra por costumbre, pero no por afecto verdadero. Por lazos ilusorios, que no por los reales. Cuando no hay afinidad real, respeto profundo, sencillez de trato, humildad y simpatía, los seres humanos son repugnantes, un estorbo ruidoso, una manada de lobos hipócritas que te quitan las ganas de dormir y de despertar.
Aunque de esto no eres consciente con la persona adecuada. Pero, ¡ay, si esa persona se va! Qué vacío, qué tremendo bofetón te da la realidad a la que has de volver resignado cuando ya no estás en la compañía perfecta. Qué nauseabundo se vuelve todo, qué circo estéril, qué espectáculo apagado es la vida cuando te quedas, de nuevo, solo. Durante un tiempo terrible, hasta que vuelves a acostumbrarte a tu rutina de esclavo del tiempo y el dolor, no hay nada que no resulte insoportable.

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