sábado, 22 de enero de 2011

Tiras diarias


La lectura de periódicos por Internet es una actividad placentera, qué duda cabe. Cada vez se alejan más los tiempos entrañables en que dejaban el diario y la botella de leche en la puerta. Quizás esos días no existieron nunca. En todo caso, hay que tener cuidado con las actividades placenteras y cómodas, porque nunca son inofensivas. Leer titulares en el vasto ciberespacio tiene también sus inconvenientes.
Se requiere tiempo para leer un periódico. No hay por qué leerlo entero: a unos les interesa más la economía y a otros los deportes. Pero leer en profundidad las noticias más destacadas de un día requiere unas dos horas. He dicho destacadas porque no hay ninguna noticia importante. Un diario en Internet, para empezar, no es ni siquiera un diario. Es una página de información dinámica con todo lo que ello comporta.
Lo que quiero decir es que la portada digital de El Mundo cambia al menos unas diez veces al día. Eso significa mucha información, pero también que es mucho más difícil leerla. La inmediatez de la información trae consigo su acumulación y su irrelevancia. Raro es el lector que recuerde lo que leyó en un periódico el jueves pasado. En Internet es imposible, porque los diarios digitales son el mundo de la actualidad permanente.
Todo tiene el mismo nivel de prioridad. Los asuntos más triviales e insignificantes se mezclan en una sinfonía extraña con la muerte y la tragedia. Tenemos un accidente aéreo a la misma altura que la cirugía plástica de un famoso, un atentado terrorista tiene que codearse con las juergas de un futbolista. No hay más que ver las secciones de noticias más leídas para ver cómo el público se nutre cada día con esos potajes indigestos.
Todo cambia: es una ley inexorable. Pero al hombre racional le gusta mantener la ilusión de la permanencia, siquiera para poder reflexionar en lo que al final va a perder. Entiendo que Sargón de Acadia haya sido olvidado por el mismo polvo en que se convirtió. Contemplo tristemente que los etruscos son sólo un asunto académico. El tiempo no perdona ni a las civilizaciones. Pero me parece atroz que el público hable cada día de asuntos distintos.

sábado, 8 de enero de 2011

Vigilia que duerme


Es muy curioso el país de los sueños. Si me pidieran que describiera los míos, lo encontraría muy difícil: lo que puedo decir es que son variados, plagados de detalles inconexos, a veces creativos o sorprendentes, a menudo urbanos, fantasiosos y melancólicos. Tengo la certeza, a partir de mi propia experiencia, de que todo intento de interpretación, de Freud en adelante, es de antemano un error. Por lo que otros me cuentan, los sueños son algo más personal que universal.
El tópico se ha atribuido el dudoso mérito de catalogar el mundo onírico dentro de la ficción. La ficción, que supera al tópico sólo por media cabeza, se ha encargado de igualar la realidad a la categoría de sueño. Yo sólo puedo sospechar que la verdad no se encuentra en tales extremos. Es obvio que los dos mundos se comunican entre ellos. Nuestros sueños se alimentan claramente de lo que nos ocurre en la vida diaria.
Menos clara es la influencia de los sueños en la vigilia, más allá de ciertas inquietudes o reflejos que no siempre reconocemos con exactitud. Se ha escrito mucho sobre las diferencias entre los sueños y la realidad. Se ha dicho que los sueños no tienen memoria, pero yo mismo tengo la experiencia de recordar durmiendo cosas que me habían ocurrido durmiendo también. Tengo una vida onírica que no está totalmente ausente de coherencia interna.
Por lo demás, me cuesta pensar en la vigilia como la única realidad. En muy poco nos tendríamos que tener los hombres para admitir que la rutina diaria es nuestra verdad. En la mayor parte de los casos, un día es una dieta muy pobre para la mente. Trayectos apagados hacia la escuela o el trabajo, poblados de caras apáticas o enfadadas. Actividades monótonas en las que nos pasamos incontables horas, para un provecho dudoso.
Conversaciones banales o estúpidas en el mejor de los casos, enfrentamientos igualmente banales o estúpidos no pocas veces. Trayecto de vuelta, igualmente apagado. Entre tarea y tarea, intentos torpes de comunicación familiar. De cuando en cuando, sexo rutinario. Cansancio, televisión y cama. Escapadas en fines de semana y vacaciones, que rara vez colman las expectativas. Y dormir, tal vez soñar.
La Naturaleza no inventó el cerebro humano para tan poca cosa, del mismo modo que un tigre no nació para ser pastor. Todos tenemos inquietudes y deseos que sobrepasan en mucho lo que nos ofrece la llamada realidad, que de ser coherente, suele serlo en su pobreza. Es posible que algunas de esas inquietudes se canalicen a través del variado teatro de la noche. Pero el consumo de ficción y la diversión enloquecida demuestran que tampoco eso basta.