lunes, 18 de octubre de 2010

Pies de barro


El caso de Jesús Neira es digno de ser analizado con perspectiva y con la cabeza fría, algo de lo que los medios de comunicación son incapaces. Quizá Neira ilustre la afirmación de que "un héroe de nuestro tiempo", en palabras de Lermontov, ha de ser una figura trágica. Hace dos años, este profesor universitario de Teoría del Estado se encontró con que un hombre estaba pegándole una paliza a una mujer, y se interpuso verbalmente. El agresor atacó a Neira con tal saña, que éste finalmente entró en un largo coma.
La mujer defendida por Neira, una tal Violeta Santander, aprovechó sus cinco minutos de fama para subirse a la palestra de La Noria, y defender a su maltratador, un tal Antonio Puerta. No fueron pocos los espectadores del repulsivo show, que debiera ser siempre medido por este episodio, y algunos incluso la creyeron. Más adelante, Neira salió del hospital, tras alguna recaída en su estado, y cayó en la misma trampa que ella.
Era un héroe. El público, los medios, y los políticos se encargaron de ensalzarlo. El profesor no acabó de digerirlo del todo, y enmedio de la vorágine creada a su alrededor, se olvidó de que el mayor crimen del mundo es tener una opinión propia. Como además su visión de las cosas, difundida con poco tacto, parecía concordar con una posición política incómoda, la gente que antes lo ensalzó empezó a acumular un sordo rencor contra él.
Sólo era cuestión de tiempo que se desatara la furia, bien alimentada por las cámaras televisivas. Neira les dio la excusa perfecta al conducir con más alcohol de la cuenta en su sangre. Entonces empezó el linchamiento, por parte de los mismos que lo habían santificado, y de otros, que la masa tiene una condición muy porcina. Fue destituido de algún cargo, y vilipendiado por muchos grupos feministas y de izquierda.
Todo ha acabado de una manera extraña y precipitada. El antiguo agresor ha aparecido muerto por sobredosis, Neira ha vuelto a recaer en su estado de salud, y la antigua agredida ha sido ingresada en una clínica psiquiátrica. Ninguno de los actores de esta obra lo iba a admitir, pero todos han sido víctimas de una bestia con mucho mayor poder que la ira, las drogas, y el resentimiento: la fama televisiva, que los ha arrastrado a todos por el fango.

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