domingo, 27 de septiembre de 2009

Espejo catódico


En los créditos iniciales del que probablemente sea el mejor episodio de Family Guy, Stewie atropella con su triciclo a Homer Simpson, y su padre Peter mira al caído y dice "¿Quién coño es éste?". Cuando los Simpson salieron en antena, la gente se hacía cruces por lo políticamente incorrectos que eran, pero ahora, al lado de las nuevas series de animación, cada vez más feroces a tono con los tiempos, la creación de Matt Groening se ha quedado aparentemente corta, aun siendo muy superior a sus hijas en todos los sentidos.
Este aspecto de la cultura del entretenimiento lo retrató muy bien Dan Clowes en su historieta El Futuro, que proféticamente anunciaba unos mass-media cada vez más violentos y libres de censura. Las series de ficción, que son lo único honesto que nos ofrece la televisión, nos muestran personajes despreciables a los que en el fondo admiramos. Nadie soportaría al doctor Gregory House en la realidad, tan distinto del doctor Kildare o del bueno de Marcus Welby. Simpatizamos con un psicópata casi sin sentimientos como Dexter, y a veces nos preocupamos por él.
¿Es la nueva ficción televisiva un retrato de la realidad? No podemos saberlo con certeza, pero quizás el mejor ejemplo de ello sea la serie Mad Men, ambientada en los años 60, la edad de oro de la televisión americana. De hecho, los personajes de Mad Men, ejecutivos publicitarios que sólo se diferencian de un grupo de asesinos por el hecho de que no matan, comentan las series y películas de la época con un cinismo calculado. Si esta extraña joya de la pequeña pantalla hubiera sido hecha en la época que representa, todos sus personajes serían amables y encantadores.
Pero Mad Men no nos muestra cómo eran los 60, sino cómo vemos aquella década en nuestro querido siglo XXI. Lo más intrigante de todo esto es que, con toda probabilidad, los publicistas de entonces eran tan cínicos e inhumanos como Pete Cambell o Roger Sterling, como los mismos agentes de cuentas de hoy en día. Pero entonces ellos veían a los Cartwright, y hoy nosotros los vemos a ellos. La pregunta es si, a medida que se destapan los velos de la censura moral, la ficción televisiva se aproxima más a la realidad. Al fin y al cabo, entonces también estaban Los Intocables, y hoy tenemos a Anatomía de Grey. La creatividad de los responsables tiene mucho que ver a la hora de plantearnos este complejo tema.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Acceso libre


Cuando era joven y pobre, Bernard Shaw dijo con orgullo que poseía la mejor biblioteca que nadie pudiera desear, refiríendose a la del Museo Británico, donde pasaba gran parte de sus días. Hoy cualquiera puede presumir de lo mismo gracias a la Wikipedia. Una vez has agotado todas las maneras de hacer el imbécil en Internet, esta enciclopedia gratuita es una especie de oasis en el desierto. Confieso que, tanto en el entorno laboral como en el doméstico, he pasado muchas horas buceando entre sus contenidos, y sin lugar a dudas es mi sitio predilecto en la Red.
Soy consciente de que han surgido objeciones, un tanto mendaces, sobre la objetividad y la veracidad de sus contenidos. Desconozco el funcionamiento exacto del invento, más allá del hecho de que la contribución es libre, y por tanto también la corrección. Es decir, que si alguien pone una barbaridad, enseguida habrá otro revisándola y corrigiéndola. El sistema funciona muy bien, para sorpresa de algunos. Un análisis independiente comparó su fiabilidad general con la de enciclopedias de prestigio como la Britannica, y encontraron menos fallos proporcionales en la Wikipedia.
En todo caso, si hay errores ocasionales, se producen en los artículos más ligados a la actualidad inmediata, lo que en sí mismo no es nada preocupante, ya que la actualidad misma se revisa y se pone en perspectiva. Pero si buscas información sobre el reinado de Carlos Martel o sobre el mecanismo de acción de los mastocitos, es muy improbable que la información sea incorrecta. Mis objeciones al invento, que las tengo, son de otro jaez. Me preocupa, por ejemplo, que se dedique mucho más espacio a un videojuego cualquiera que a William Faulkner. Entiendo que hoy se valore mucho que una enciclopedia esté al día, pero la Wikipedia no tiene un sistema de prioridades bien establecido para distinguir el conocimiento serio de la frivolidad pasajera.
Mi otra objeción, aunque no ha de entenderse como tal, es la desproporción brutal entre los contenidos en inglés y el resto de idiomas. A mí personalmente no me molesta, pero entiendo que una de las finalidades de la Wikipedia es educativa, y los escolares que la usan no tienen el mismo nivel de información que el que tendrían si conocieran perfectamente el inglés que aún están aprendiendo. Pero hemos de aceptar que, si Internet está en gran medida escrita en inglés, la principal enciclopedia online también lo esté.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Segunda edición


En España se publican muchos más libros de los que jamás podremos leer, es un hecho constatado, y cualquiera puede consultar las cifras. Hay dos consuelos ante ello: que no hay ningún libro que no sea leído por alguien en algún momento, y que la mayor parte de lo que se publica es prescindible para ese alguien. Por ello, no debe preocuparnos lo que se encuentra en las librerías, a la manera hipócrita de Gabriel Zaid, sino lo que no se encuentra en ellas. Y en nuestras librerías hay ausencias significativas. Propongo una lista de títulos que considero de un interés muy superior a su acceso, muchos de ellos anglosajones:

-El Mahabharata y el Ramayana
-El Libro de los Reyes Persa
-Las Mil y una Noches
-Las obras completas de Shakespeare
-La poesía de Goethe
-Las cartas completas de Kafka
-Los artículos de Samuel Johnson
-Los ensayos de Mark Twain
-La poesía completa de Kipling
-Las obras de Bernard Shaw
-Los primeros hombres en la Luna, de Wells
-Las memorias de Casanova
-Los ensayos de Emerson
-Los ensayos de De Quincey
-Decadencia y caída de Roma, de Gibbon
-Las obras de Cansinos Assens
-La prosa histórica de Voltaire
-La poesía de Victor Hugo

Algunas son obras importantes. Hay autores muy mal conocidos en nuestro país: viajar y aprender idiomas sería una solución, pero no olvidemos que el Quijote está traducido al quechua, para hacerse una idea. Debo hacer una aclaración breve con respecto a algunas obras de la lista que sí están editadas, pero muy mal: aunque resulte increíble, no hay ninguna edición de bolsillo de las obras completas de Shakespeare en español, la única traducción completa de la Decadencia y Caída de Gibbon es ilegible y decimonónica, y de las Mil y una Noches no hay ninguna versión intermedia entre lo infantil y lo académico. Es algo lamentable. No he querido hacer una lista exhaustiva, pero estoy seguro de que me he dejado muchos, pero que muchos títulos en el tintero.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Estar de vuelta


De alguna manera, sabemos cuáles son los rasgos distintivos de la salud de una sociedad. Uno de los más inequívocos es el discurso de sus ciudadanos más inteligentes. Voy a presumir que algunos de ellos, o al menos los que tienen una tribuna, están en la prensa escrita. Malo es que los cronistas de una época se dediquen a la alabanza o al silencio, aunque ambas son actitudes ambiguas: los elogios pueden ser legítimos, y el silencio puede ser prudente. De lo que no me cabe duda es que una sociedad está sana cuando estos cronistas son críticos con el estado de las cosas. Si tenemos a quien nos señale nuestros defectos en público, nos cuidaremos de corregirlos.
De un tiempo a esta parte, vengo observando una preocupante tendencia en los columnistas de la prensa. Es una actitud, más bien, y una que me resulta ciertamente repugnante: una mezcla de hedonismo complaciente y cinismo controlado. Es algo que puede verse muy bien, por ejemplo, en los blogs de el mundo, aunque es visible en buena parte de los medios de comunicación. Parece que estos periodistas, entre los cuales se encuentran escritores de cierto renombre, están de vuelta de todo, y ponen su mueca de hastío al mismo tiempo que alardean de haberlo leído, probado y visto todo. En lugar de dirigir sus ingenios a buen fin, se dedican a tenerse en más de lo que son, y a escribir sobre frivolidades, en un tono onanista y bastante cansino.
Mal asunto. Yo siempre he opinado que sólo está de vuelta aquel que no ha ido a ningún sitio. Los seres verdaderamente sabios están permanentemente sorprendidos, o declaradamente irritados ante el aspecto de su mundo. Lo que no están es conformes a sueldo, domados a cambio de su ración de cacahuetes mientras hacen muecas de enfado para diversión del público. Sé que es osado por mi parte comparar a Fernando Sanchez Dragó o a Arturo Pérez Reverte, por decir dos nombres de entre muchos, con monos de feria. Pero como yo no soy nadie estrictamente hablando, puedo decir libremente lo que pienso, y pienso que nuestra sociedad, a juzgar por la calidad de los encargados de la opinión de los diarios, está gravemente enferma.
Las comparaciones son odiosas para el que sale perjudicado por ellas. Yo sólo sé que hubo tiempos en que hombres como Samuel Johnson escribían en periódicos, en que escritores como Kipling o Dickens publicaban en la prensa sus opiniones sobre los acontecimientos, en que Chesterton criticaba la postura de su Gobierno o Mark Twain denunciaba lo que estaba mal en el mundo desde los diarios de a penique. Tiempos en que H.L. Mencken se enfrentaba desde las rotativas a un Roosevelt al que todo el mundo alababa. Ignoro donde están los sabios de nuestro tiempo, que podrían llamarnos la atención sobre tantas cosas, aunque no ignoro que no hay mucho público que quisiera escucharlos, y esa responsabilidad es nuestra y de nadie más.