lunes, 27 de abril de 2009

Tiempos modernos II


La verdad es que no me apasiona la tecnología. Cuando veo a tanta gente con todos esos aparatitos en los transportes públicos, me entra una especie de desasosiego: montones de zombis con juguetes que no se hablan ni se miran los unos a los otros. De hecho, me considero un ludita moderado, y tengo mis buenos motivos para ello. Podría citar a muchos hombres eminentes que mantienen un escepticismo crítico frente al progreso en contraposición a la masa aturdida que se apunta al carro sin saber ni siquiera por qué lo están haciendo. Pero me centraré en Ted Kaczynsky, el ya olvidado Unabomber.
Me llamó mucho la atención este caso en su momento. Me pregunté por qué un prestigioso catedrático de matemáticas acabó en una cabaña de madera en la montaña, diseñando bombas caseras cada vez más sofisticadas con las que amenazar y matar a gente relacionada con campos tecnológicos. No es necesario ser un psiquiatra para ver que Unabomber era ya desde joven un perturbado que estalló de forma retardada. Pero más adelante descubrí que la finalidad principal de Unabomber era que el mundo leyera su Manifesto, un alegato en que Kaczynsky alertaba de los peligros, que él juzgaba altísimos en términos de libertad y dignidad humanas, del progreso tecnológico.
La mayoría de los estudiosos del caso Unabomber desprecian el Manifesto, titulado pomposamente "La sociedad industrial y su futuro". He tenido el interés de leerlo varias veces. Hay algunos defectos de lógica en el texto, y me parece que su autor llega a conclusiones precipitadas a partir de premisas correctas. Como texto de predicción, es un fracaso que recuerda a Eureka, de Poe. Como texto de diagnóstico de una situación actual preocupante, es a mi juicio singularmente certero. Bill Joy se hizo eco de ello en un célebre artículo publicado en la revista Wired, para sorpresa de algunos de sus colegas.
Mi opinión es que la tecnología entraña riesgos evidentes: la dependencia que se establece con ella, la deshumanización que provoca, el daño al medio ambiente, su utilidad dudosa en muchos casos, y, muy especialmente, su caracter irreversible. No se me ocurre mejor ejemplo de esto que la invención de la bomba nuclear: desde que Oppenheimer culminó su proyecto vivimos (y seguimos viviendo, aunque parezca olvidarse) en la era atómica, con sus infinitos riesgos para la supervivencia global de todos. Hay otro ejemplo más sutil y perverso: la biotecnología nos ha ayudado a descifrar el genoma humano y ya hay empresas que ofrecen tests genéticos. De inmediato surge la cuestión de cómo evitar la discriminación en base a los resultados de esos tests, de cara al mundo laboral o a las condiciones de los seguros médicos. La ciencia, como madre de la tecnología, no es tan neutral como a veces queremos creer.

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