
Esperemos de verdad que el brote de gripe porcina que ocupa los medios informativos estos días se quede en un susto gordo que nos haga pensar un poco. Porque, si es cierto que este tolerante planeta no da coces bestiales, también lo es que siempre esconde sorpresas, y algunas no demasiado agradables, si le tocas demasiado las narices: baste recordar el virus SARS, la gripe aviar, la enfermedad de las vacas locas, el SIDA y el virus de Ébola. Siempre olvidamos que en este mundo somos invitados y no amos, y no podemos robar la cubertería y salir corriendo.
Se declara una enfermedad virulenta en México, y de repente, turistas de todo el mundo vuelven a sus casas como vectores biológicos en lugar de quedar confinados en cuarentena, trayendo el virus a todas partes. Este es uno de los grandes peligros del turismo descontrolado. Se globalizan y uniformizan las culturas, de modo que Kafka y Mozart ahora son cafés. También pasa eso con las enfermedades en el mundo low-cost en el que vivimos. La Tierra no se ha hecho más pequeña: simplemente nos hemos olvidado de lo grande que es.
Mexico mismo es un país ya de por sí peligroso: además de las cientos de víctimas en Ciudad Juárez y de la corrupción policial a gran escala, las guerras por el narcotráfico han segado miles de vidas en los últimos meses en ese país. Quizás haya algo turístico en el peligro, quizás el hedor de la muerte sea algo erótico y atrayente. O quizás ese hedor no llegaba a Punta Cana y las ruinas mayas. Todo el mundo está en todas partes hoy en día, y los lugares más remotos del mundo se pueblan de ignorantes que desconocen todo acerca de los sitios a los que van. No te basta con Londres, vete a la India. Italia no es suficiente, el Tíbet es más cool. El turismo ha acabado con el viaje, con la novedad y la maravilla de viajar.
Recuerdo a Cansinos-Assens, que podía saludar las estrellas en diecisiete idiomas clásicos y modernos, y que jamás vio el mar. Recuerdo a Dante Gabriel Rossetti, que tanto amó Italia que nunca quiso visitarla. Pero, sobretodo, hay que tener en cuenta a los grandes viajeros: Marco Polo, Ibn Battutta, Ali Bey, o más tardíamente, sir Richard Burton. Estas personas vivieron en épocas en que visitar la ciudad más cercana era una odisea, y quizás por eso se tomaban esto del viajar con respeto. Quizás por eso Lawrence de Arabia se sabía casi de memoria la Biblioteca Británica antes de partir hacia Oriente.
No hay clasismo en estas palabras, porque yo mismo nunca he salido de Europa. Jamás iría a China sin conocimientos elementales sobre su idioma, cultura y costumbres. Eso jamás se me pasaría por la cabeza. Recordaba Salvador Dalí que los puercos siempre van hacia adelante, esto lo sabe cualquier granjero, y que él se sentía puerco. Por suerte, decía, este mundo no está lleno de gente como él, aunque esto era una doble ironía por su parte. Pero si nos comportamos como cerdos allá donde vayamos, acabaremos llevando y trayendo basura de todas partes.
Esto es lo que ha traído la falsa democratización del bienestar: hasta en la televisión tenemos a fantoches huecos en lugares remotos, para repugnancia de pocos y agrado del público general, como en Supervivientes o Pekín Express. Si algún día se encuentra una bacteria que se come la carne a dentelladas en una zona remota de Siberia Oriental, no tengamos la más mínima duda de que algún tiramillas de los que se anuncian en las revistas de turismo traerá esa bacteria cerca de nuestras puertas.