sábado, 29 de mayo de 2010

Sobre dos relatos


En 1924, la revista Collier´s publicó un cuento de Richard Connell llamado El Juego Más Peligroso, que detallaba cómo un aristócrata ruso se dedicaba a cazar presas humanas en una remota isla. Pocos recuerdan a Connell, uno de esos escritores populares que no suelen figurar en la historia de la literatura. Sin embargo, los ecos de su relato rebotan por todas partes en la cultura de masas.
Empezando por la excelente película del mismo nombre que se menciona en Zodiac de Fincher, aquí traducida como El Malvado Zaroff, adaptaciones de la trama se encuentran en muchas películas posteriores, de entre las que destacaré La Presa Desnuda, el famoso Depredador, Blanco Humano y Apocalypto. Hay números de comics, como los del Cazador de Spiderman, y muchos episodios de series televisivas que recogen variantes de la misma idea.
En 1954, treinta años después, la misma revista Collier´s publicó por etapas una novela de Jack Finney llamada Los Ladrones de Cuerpos, que describe cómo una raza extraterrestre nos invade del modo más inusual, sustiyendo a los hombres por réplicas sin alma. La historia ha sido adaptada al cine cuatro veces, en épocas muy distintas, cada vez con peor fortuna. Finney tampoco es uno de esos escritores que se reeditan cada año.
John Clute, en su magna enciclopedia de ciencia ficción, menciona que la novela de Finney "simboliza la falta de libertad de la sociedad contemporánea". Quizás por eso ha atraído a cuatro directores distintos y es tan vigente y adaptable a cualquier época. Quizás la versión más extrema de esa libertad sea la aventura de Connell sobre un ser humano que evita ser cazado por otros en una batalla de salvaje ingenio.
Algo tienen estos dos argumentos que no deja de inquietarnos, que reverbera en la cultura popular y el inconsciente colectivo. Sería digno de un análisis detallado. Pero a mí me fascina aún más otro cuento no menos interesante: el de los escritores que son olvidados, casi anónimos, pero cuyas invenciones les sobreviven y crecen sin parar, frente a los grandes clásicos de la literatura que todo el mundo venera y nadie lee salvo por cansada obligación.

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