viernes, 11 de junio de 2010

La antigua llamada


Como tengo la suerte (o la desgracia) de no vivir en una gran ciudad, tengo la oportunidad, no siempre aprovechada, de dar paseos por las afueras, alejado del ruido de los hombres, y caminar sin tardar demasiado en encontrarme con el campo. Las caminatas invitan a la reflexión y la contemplación serena. Es un estado propicio para que te asalte una buena idea de cuando en cuando.
A veces puedo ver el horizonte del lugar en que vivo desde un parque o un bosque. Lo que veo es que, al contrario de lo que algunos ecologistas creen, el hombre está muy lejos de haber dominado la naturaleza. Lo que veo cuando camino entre árboles es un orden muy superior, muy antiguo, fruto de miles de millones de años de lenta fabricación. El polen, los insectos, el viento entre las hojas me dan a pensar que lo inestable, lo que siempre está amenazado, es nuestra precaria civilización.
No temo por eso a nivel externo. Los que se preocupan por el medio ambiente, en el fondo se protegen (o eso quiero creer) de una venganza del medio ambiente sobre nosotros. No es eso lo que me preocupa a mí, aunque tengo el recuerdo de cómo la selva invadía un pueblo en los cuentos de Kipling, casi sin dejar rastro de que hubo seres humanos. A veces pienso en las ruinas de Tikal, o en los monos ladrones de la India.
Sin embargo, la verdadera guerra entre la naturaleza y la civilización no se libra en el suelo que pisamos, sino dentro de cada uno de nosotros. La antigua llamada nos llega desde el interior de nuestros cerebros, fruto también de la evolución. Y los instintos naturales son por definición contrarios a los fundamentos del orden civilizado. La agresividad, el abuso sexual, el miedo y el ansia son instintos que todos nosotros compartimos y que debemos dominar.
Frente a los impulsos naturales, hemos opuesto nuestras mejores virtudes. Como Konrad Lorenz, creo que esas virtudes son una conquista frágil y exclusiva de nuestra especie. El arte, el respeto, la curiosidad y el altruismo son valores que se nos enseñan, pero que son muy recientes frente a los lazos que nos unen con nuestros remotos origenes. A poco que nos descuidemos, y lo hacemos a menudo, la naturaleza salvaje innata a todo ser vivo puede acabar con todo lo que hemos construido, en cualquier momento.

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