domingo, 23 de mayo de 2010

Todo lo bueno


Con un día de diferencia, asistimos al final de las dos series que han marcado la batuta de la primera década del nuevo siglo. Hablo, por supuesto, de Perdidos y de 24. Yo soy un tanto inmune a las emociones, pero no me cabe duda de que muchos aficionados sentirán tristeza cuando los dos periplos hayan acabado. Siempre habrá partidos de futbol para los que gusten de verlos, pero no tendremos más episodios de estas dos series.
La sexta temporada de Perdidos ha recuperado un poco de aliento respecto a las dos anteriores, pero la serie sigue sin ser la misma que era antes de que Jack (el nuevo Jacob, un giro que se intuía) gritara el famoso "Tenemos que volver", uno de los momentos más memorables de la historia de la televisión. Es una temporada extraña, a ratos brillante, que a partir de la segunda mitad ha cogido ímpetu, y, hay que reconocerlo, ha dado respuestas.
Las respuestas no han sido todas las que debieran haber sido, pero las que han dado resultan extrañamente satisfactorias. En ese sentido, es paradigmático el episodio "Más allá del mar" donde se cuenta la historia de Jacob y su hermano, y que no gustó mucho a una mayoría de aficionados. En ese episodio fascinante, los guionistas dan ya el aviso de que no hay respuestas a todo, como en la vida misma. Hay que reconocer que Perdidos, con todos sus altibajos, nunca ha sido predecible.
Me resulta algo más cómodo hablar de 24, quizás porque no despierta el mismo fanatismo. Si de algo ha sido víctima esta serie es de la tremenda popularidad y calidad de su quinta temporada. El público se ha olvidado de ella desde entonces. Pero la última temporada de la historia de 24 es la mejor desde aquella, y no por casualidad ha aparecido otra vez el gran villano histriónico Charles Logan, interpretado con maestría por Gregory Itzin.
Mientras, el otro Jack, el sufrido Jack Bauer, se ha convertido en una especie de vengador salvaje a raíz del asesinato de la mujer que más ha amado desde la muerte de su primera esposa. La estructura de la segunda mitad de la octava temporada de 24 sigue un poco la de la no muy apreciada película "Topaz" de Hitchcock, en el sentido en que, para que los gobernantes queden bien de cara a la galería, los gobernados deben pagarlo carísimo. Una vez más, otra metáfora acertada de lo que sucede actualmente.
Mientras escribo esto, ignoro cómo acabarán las dos series, y no escribiré nada sobre sus finales respectivos. En ambos casos me imagino una resolución melancólica. Ahora mismo, no hay ni asomo de una serie que tenga las cualidades para poder sustituirlas en el ojo de sus muchos y fieles espectadores. Es posible que el fin de estas dos odiseas marque también el fin de una época muy fértil para la ficción televisiva. Pero todo lo bueno termina alguna vez.

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