viernes, 26 de febrero de 2010

Vamos de compras


En la fundamental película "Un día de furia", Michael Douglas hace un recorrido surreal por los peores barrios de Los Ángeles, cada vez más cabreado y abatido por lo que él considera "una ciudad de locos". Yo estoy completamente seguro de que si el vendedor coreano del principio hubiera sido amable con él y le hubiera dado cambio, no hubiera habido película. Del mismo modo, Hannibal Lecter dice no soportar la grosería, y cuando está libre por estos mundos de Dios, sólo se dedica a destripar a los que se empeñan a tocarle los cojones.
Cualquiera que venga del campo y vaya a la ciudad notará, después del pasmo general, una enorme diferencia. El vendedor de la tienda de su pueblo, tan amable, que lo conoce de toda la vida, es sustituido por robots anónimos que ni siquiera le saludan, ni le sonríen. Si nuestro pueblerino imaginario tiene la osadía de preguntar por algo que no encuentra, lo harán perderse por la tienda. Y una vez comprado lo que sea, lo despacharán como si fuera el ganado que él acariciaba en su corral.
No soporto la grosería. Cuando voy a comprarme algo, sea lo que sea, lo mínimo que espero es una sonrisa de oreja a oreja y una amabilidad anónima pero palpable. La máxima expresión de la apatía y la mala educación es la cadena de tiendas FNAC, donde sus dependientes, chiquillos y chiquillas ellos que no saben nada de absolutamente nada, tratan con notorio desinterés a todos sus clientes. Pero esta lamentable tendencia está muy extendida en muchas ciudades. Por suerte, no en todas, pero no voy a hablar aquí de otros países.
Como a todo el mundo, me cuesta bastante ganarme mi dinero. Y quizás esos dependientes o dueños de tiendas que insultan a cinco millones de parados que lo harían mejor que ellos debieran tenerlo en cuenta. Yo tengo por norma no comprar más de una vez en una tienda en la que no me traten como en El Corte Inglés. Se puede decir lo que se quiera de esta cadena de tiendas, pero desde luego, el trato que dan a sus clientes les hace sentirse a gusto, y ese es el secreto de su permanencia. Porque no cuesta nada sonreír, y nos alegra a todos aunque sea un poquito. Porque la dejadez y la apatía son la antesala de la muerte.
Y porque estamos en crisis. Quizás las grandes cadenas como el FNAC sobrevivan, sus márgenes de beneficio lo permiten. Pero las tiendas pequeñas sólo podrán hacerlo, aparte de por reducción de precios y especialización, por la vía del buen servicio. En nuestro mundo global, montones de tiendecitas de inmigrantes chinos y sudamericanos, que abren de lunes a domingo, y cuyas sonrisas relucen en la oscuridad, nacen, florecen y hacen negocio mientras las tiendas de toda la vida van cerrando poco a poco. No siento pena por ellas, es pura selección natural. No en vano el proverbio "Si no sabes sonreír, no abras tienda", es precisamente chino.

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