sábado, 13 de febrero de 2010

El origen del mal


Discutir sobre política es como hablar del día que hará mañana, o de si el Atleti mereció ganar: una de tantas maneras de perder el tiempo sin ganar nada. De todos modos, es curioso observar como en todas las discusiones sobre temas políticos acaba apareciendo, más pronto que tarde, alguna referencia a Hitler y su época. Como si el nazismo fuera comparable a cualquier situación actual, cosa que es cuando menos osada. Cierto es, aunque cansino, que conocer el pasado ayuda a no repetirlo. Pero hay ciertos rasgos de la época nazi que la convierten en algo único.
Escribo esto una semana después de haber visto "La cinta blanca", la afamada película de Michael Haneke que de forma sutil trata de teorizar sobre cómo pudo gestarse el nazismo en Alemania. Esta es una de esas películas que hay que ver dos veces, por cierto, pero creo que Haneke peca de excesiva ambición al pensar que el germen del horror pudo estar situado en la represión en las aldeas de Alemania. La película es extraña y a ratos espléndida, pero la tesis en la que se basa falla desde su mismo planteamiento.
Está más de moda que nunca el tema de la Segunda Guerra Mundial, sus causas y consecuencias. En ello influye que es más fácil tratar con enemigos pasados que con los presentes. Incontables libros, de ficción y no ficción, así como muchos otros filmes, abordan el tema, y todos fallan. Yo, que siento siempre la irresistible tentación de querer encontrar explicación a todo, de acuerdo a mis limitaciones, no la encuentro en el nazismo. La grandiosa novela "Las benévolas", de Jonathan Littell, que muchos compraron y pocos leyeron, es quizás la que más se acerca a lo que pienso.
Ni la paz de Versalles, ni la depresión económica que muestra Griffith en "La aurora de la dicha", ni el antisemitismo, que no estaba más presente en Alemania que en el resto de Europa, ni el cúmulo de circunstancias al borde de la casualidad que llevaron a Adolf Hitler al poder sirven para explicar por qué un país entero se volcó de lleno en una tarea de odio y exterminio sin precedentes en la historia y que, por su funcionamiento burocrático y ordenado, se ha convertido en el agujero negro en que todos nos miramos.
No olvido que ha habido otros genocidios y otras catástrofes en el penoso siglo XX, que aún asoma la cola por entre los berridos del nuestro. No voy a entrar en el juego de las comparaciones, y sé muy bien que las dictaduras comunistas sembraron la destrucción entre sus habitantes. Pero cuando uno ve imagenes de Bergen-Belsen o de Treblinka, se da cuenta de que hay algo ahí que escapa a cualquier intento racional por explicarlo. Ocurrió, eso es innegable. Pero la posibilidad de que vuelva a ocurrir algo semejante es remota. Así que el nazismo no sirve como ejemplo de nada.

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