sábado, 5 de septiembre de 2009

Estar de vuelta


De alguna manera, sabemos cuáles son los rasgos distintivos de la salud de una sociedad. Uno de los más inequívocos es el discurso de sus ciudadanos más inteligentes. Voy a presumir que algunos de ellos, o al menos los que tienen una tribuna, están en la prensa escrita. Malo es que los cronistas de una época se dediquen a la alabanza o al silencio, aunque ambas son actitudes ambiguas: los elogios pueden ser legítimos, y el silencio puede ser prudente. De lo que no me cabe duda es que una sociedad está sana cuando estos cronistas son críticos con el estado de las cosas. Si tenemos a quien nos señale nuestros defectos en público, nos cuidaremos de corregirlos.
De un tiempo a esta parte, vengo observando una preocupante tendencia en los columnistas de la prensa. Es una actitud, más bien, y una que me resulta ciertamente repugnante: una mezcla de hedonismo complaciente y cinismo controlado. Es algo que puede verse muy bien, por ejemplo, en los blogs de el mundo, aunque es visible en buena parte de los medios de comunicación. Parece que estos periodistas, entre los cuales se encuentran escritores de cierto renombre, están de vuelta de todo, y ponen su mueca de hastío al mismo tiempo que alardean de haberlo leído, probado y visto todo. En lugar de dirigir sus ingenios a buen fin, se dedican a tenerse en más de lo que son, y a escribir sobre frivolidades, en un tono onanista y bastante cansino.
Mal asunto. Yo siempre he opinado que sólo está de vuelta aquel que no ha ido a ningún sitio. Los seres verdaderamente sabios están permanentemente sorprendidos, o declaradamente irritados ante el aspecto de su mundo. Lo que no están es conformes a sueldo, domados a cambio de su ración de cacahuetes mientras hacen muecas de enfado para diversión del público. Sé que es osado por mi parte comparar a Fernando Sanchez Dragó o a Arturo Pérez Reverte, por decir dos nombres de entre muchos, con monos de feria. Pero como yo no soy nadie estrictamente hablando, puedo decir libremente lo que pienso, y pienso que nuestra sociedad, a juzgar por la calidad de los encargados de la opinión de los diarios, está gravemente enferma.
Las comparaciones son odiosas para el que sale perjudicado por ellas. Yo sólo sé que hubo tiempos en que hombres como Samuel Johnson escribían en periódicos, en que escritores como Kipling o Dickens publicaban en la prensa sus opiniones sobre los acontecimientos, en que Chesterton criticaba la postura de su Gobierno o Mark Twain denunciaba lo que estaba mal en el mundo desde los diarios de a penique. Tiempos en que H.L. Mencken se enfrentaba desde las rotativas a un Roosevelt al que todo el mundo alababa. Ignoro donde están los sabios de nuestro tiempo, que podrían llamarnos la atención sobre tantas cosas, aunque no ignoro que no hay mucho público que quisiera escucharlos, y esa responsabilidad es nuestra y de nadie más.

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