miércoles, 5 de agosto de 2009

El nuevo consumo


Al inicio del magnífico anime "Royal Space Force", el protagonista (a la sazón piloto y futuro astronauta) comenta con agudeza: "Me alegro de ser de clase media, porque no he tenido los problemas de los ricos ni las privaciones de los pobres". Ciertamente, la crisis económica ha acentuado ambas cosas. Quizás no estaría de más aportar algunas reflexiones sobre posibles escenarios futuros. Siempre he sido muy escéptico respecto a la concienciación colectiva, que suele ser un fenómeno de ingeniería social. Pero, aunque no hay situación posible que cambie la naturaleza esencialmente codiciosa de la raza humana, cabe pensar que esa concienciación tiene aspectos positivos.
El acceso libre a la información de perfil medio ha servido, por ejemplo, para extender la idea de que el ser humano está dañando el medio ambiente. Así es, pero no me refiero a la quimera del cambio climático, sino a la desertización, la contaminación marina o la extinción de especies por deforestación. El consumo desmesurado ha contribuído no poco a esta situación. De una novela por otra parte estúpida de John LeCarré aprendí que el afán por las consolas provoca guerras en el Congo. Voy a apretar el acelerador: hay cosas más prescindibles que otras, y en esto la misma tecnología tiene un papel que jugar.
Debiera ser de todo punto obvio que el dinero por sí solo no da la felicidad, pero sin dinero no hay felicidad posible. Dicho esto, lo que hay que decidir es en qué invertir ese dinero. La alegría que proporciona mostrar tu coche nuevo a los vecinos y hacer las comparaciones es muy efímera: todo lo vil dura poco. Mal que me pese, el coleccionismo no nos da mayores conquistas. Parece increíble tener que recordarnos que las cosas son sólo cosas que quedarán cuando estemos enterrados, y que no podremos llevárnoslas. Hoy en día, con el auge de Internet y todo lo que ello conlleva, comprarse un DVD o un disco musical es ya un anacronismo deliberado.
Lo mismo vale con otros artículos. En los años 80 se extendió el fervor por las marcas, tenías que tener un equipo de música más potente, un vestido de Armani, una mejor tarjeta de visita, incluso de niño no eras nadie sin tus Nike Air. Esa absurdez continúa, y conviene no fabular al respecto, pero empieza a cundir entre cierta clase media occidental la idea de que mejor que pagar el seguro de un coche que ya ni te dejan conducir en paz, es irse a la Toscana, cenar en buena compañía, ir a la montaña con los tuyos, abrir los ojos al mundo y descubrir que siempre estuvo ahí. El tiempo, y lo que haces con él, debe dirigir los nuevos hábitos de consumo hacia un espacio algo más razonable.

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