miércoles, 15 de julio de 2009

Lejos del verano


Lo mejor es desconectar. Apaga la televisión, no dejes que los diarios lleguen al buzón, cierra las ventanas, lárgate. La fuente de toda la vida es el Sol, pero el exceso de Sol achicharra la vida inteligente. Estoy seguro de que hay países donde el calor vuelve loco a todo el mundo, no voy a mencionar los que se me ocurren, porque alguno se ofendería. El Verano es un desierto que uno ha de atravesar para llegar al dorado Otoño, que es cuando empiezan a ocurrir cosas. Pero queda tanto aún para eso, y no me gustan las playas, no me gustan las casas en la montaña, no me interesan las ferias, ni las fiestas, ni los chismorreos, ni las visitas inesperadas que sirven de espejo a mi aburrimiento.
Lo mejor es escapar. Irse a un sitio desconocido y maravilloso donde todas las cosas estén al revés, donde haya frío, o aún más calor, donde puedas echarte de menos. Pero desde que se inventaron los aviones y los hoteles baratos, no hay donde escapar, todos los sitios son más o menos iguales, por mucho que las revistas de turismo muestren diferencias ilusorias. Me gustaría encontrar un lugar no pisado antes por el hombre blanco. Quizás Gauguin encontró en Polinesia lo que yo ando buscando. Un lugar donde las cosas sean simples, y las buenas gentes, en su ingenuidad, entiendan a la primera lo que necesitas y te lo den sin malinterpretarte. Donde respetes y seas respetado.
Un país de casitas pequeñas perdidas en una selva en la que si te adentras encuentras los restos de una antigua civilización que se destruyó hace muchas generaciones, por su codicia y falta de miras, porque los hombres de los que sólo quedan sus ruinas despreciaban el valor de los árboles, el aire puro, los cantos de los animales, la bondad, la dicha de estar vivos en armonía con un universo que bastante tiene con quitarte poco a poco todo aquello que crees tener. Descubrir que esa civilización es la tuya, que todo nace y muere, que la Tierra es más antigua y sabia que el hombre, que tu misión en la vida es convivir y conformarte con poco, porque todo lo demás es soberbia. Mirar las colinas lejanas, mirar el cielo infinito, ver con tus ojos las distancias que no has de cruzar, y de repente, sentir el antiguo picor. Y por mucho que te cueste, volver.

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