martes, 3 de marzo de 2009

La tristeza de don Quijote


Hay en el hecho literario un mucho de tristeza y pesar, siempre que nos salgamos de la mercadotecnia y hablemos de literatura de calidad. Al oficio solitario de escribir (no sé si al de leer) suelen dedicarse los que comparten ese "sentimiento trágico de la vida" que decía Unamuno. Y como ejemplo de lo antedicho voy a poner a la obra literaria por excelencia, mal que le pese a Harold Bloom. No es momento ahora de ser eruditos a la violeta; sobre el Quijote se ha escrito mucho y muy bien. Yo sólo quiero señalar una característica curiosísima en esta novela de novelas: siendo como es una obra increíblemente melancólica ("la melancolía de España" que decía Flaubert), también es capaz de hacerte reír, cosa que sólo genios como Chaplin han conseguido en otros ámbitos.
El Quijote es la historia de un hombre acomodado que a fuerza de leer libros de caballerías se trastorna y se convierte en caballero andante anacrónico, que se enamora de una campesina de un pueblo cercano que ni lo conoce, que se lleva como escudero a un ingenuo vecino que en su sencillez le sigue la corriente, y cuyas peripecias se hallan siempre en el terreno de la ilusión y la más penosa de las decepciones. Durante la primera parte, la más conocida, Don Quijote no asume que es un derrotado hasta el final, a fuerza de palizas y costaladas. En la segunda, el panorama es más sombrío y también más complejo.
Yo me río mucho (como todo buen lector, supongo) con el duelo entre el Quijote y el vizcaíno, o la aventura de los leones. No hay un cambio de humor entre la primera y la segunda partes, al menos aparentemente. También es notorio señalar que Sancho bautiza tempranamente a su señor como "el de la triste figura". Pero es que en la segunda parte las derrotas son más amargas: el buen escudero es elevado y luego aplastado por las artimañas de los duques, Don Quijote es derrotado en la playa y pisoteado por los cerdos. Y finalmente vuelven a la aldea, y en ese último capítulo que tanto diera que llorar a Heine, hasta a Cervantes le cuesta despedirse de sus personajes. Esto es literatura en su más pura esencia.

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