martes, 17 de febrero de 2009

Adiós a todo eso


Era una fría mañana de invierno, tan fría y tan temprana que Venus aún podía verse con su brillo sulfúrico en el cielo oscuro. El chico empaquetó él solo sus cosas: unas cuantas mudas, unos pocos sandwiches para el largo camino, una Biblia. Todos los demás libros se quedaban, pero la Biblia iría con él. Tantas cosas iban a cambiar de repente. Sintió una larga punzada en el estómago y un nudo en la garganta; la última duda. Se puso el jersey de cremallera y los jeans gastados, los zapatos que compartían sus secretos con él, y su abrigo negro.
Su madre se despertó y le sirvió el desayuno, aunque él no tenía hambre alguna. Los dos sabían la verdad, y se dijeron muy pocas palabras, algo apresuradas, mientras las últimas estrellas desaparecían. Hacía un frío tremebundo. Ella quiso ayudarle a ordenar la maleta, pero él no quiso, como tampoco quiso despertar a su padre. Una mañana similar, acaso aún más fría y estrellada, hacía ya muchos años, ellos habían hecho lo mismo.
Estaba hablado tantas veces, y sin embargo ella seguía sin entenderlo. ¿Es que hay algo que entender? No me voy porque las cosas hayan cambiado, porque estemos apurados, porque yo sea una carga para todos. No voy a coger ese tren ni ese avión en un viaje sin retorno posible porque las cosas se hayan estropeado tanto que se hayan vuelto irreconocibles. No despertaré, dentro de poco tiempo, en un país y en un idioma que no son los míos porque aquél en que nací ya no lo es tampoco.
No, madre. Todas esas cosas son ciertas y serían razones suficientes para otros más grandes que yo, insignificante mosquito errante. No es por eso. Pueblo que me vio nacer, muros que me vieron crecer, paisaje de mis alegrías y tropiezos, hierba húmeda en los campos que tantas veces miraba de pequeño por las ventanas de los coches. Me voy porque sólo esas piedras, esa hierba, me echarán de menos. Nadie se dará cuenta de que me he ido, y los pocos a los que le importe estarán muy tranquilos en menos tiempo del que se imaginan.
Por ti me quedaría. De verdad. Quizás también por ti me voy: os merecéis un poco de paz, y yo tengo que salir a cazar a pastos nuevos. Todo esto ya está tan hablado. ¿Por qué me miras con esos ojos angustiados, si ya sabes que nadie puede convencerme? Y sin embargo, son ojos valientes, que animan a que dé el salto. Con esos ojos veías mecerse el trigo en las brisas veraniegas. Me voy, me voy. Dame un fuerte abrazo, despídete de mi, despídeme de los demás. Hoy empieza una nueva vida, hoy empieza mi vida de verdad.
Salgo a la calle empedrada, con mi maleta rodando por la acera, haciendo un ruido crujiente con sus ruedas de plástico. No miro atrás, no puedo mirar atrás, por mucho que llore. Sé que ahora mismo ella también llora. Es tan difícil partir. Pero al final atravieso unas cuantas callejas, el sol sale, y mi tristeza descomunal se mezcla ya con la determinación que me ha llevado a este mismo momento. Todos hemos de buscar nuestra felicidad, allí donde creamos que se encuentre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario