viernes, 30 de enero de 2009
Balance de Urgencias
Ya se comenta, ya se confirma que George Clooney (junto con Susan Sarandon), aparecerá en el grand finale de Urgencias (ER para los aficionados). Noah Wyle y Anthony Edwards (éste en un flashback) también se han comprometido a despedir esta serie-río, que ha durado quince temporadas nada menos, y sobre la que convienen unas palabras.
Me gusta mucho House, a pesar del bache bufonesco que supuso la cuarta temporada. Considero que el personaje de Hugh Laurie dice verdades como templos sobre la condición humana, y está admirablemente rodada. Pero no nos engañemos: Urgencias es la mejor, la serie más completa que jamás se ha hecho sobre el mundo de la medicina.
Confieso que no he sido fiel a esta serie desde que murió el Dr. Greene. Era el último de una primera generación de gigantes. Pero recuerdo que cuando esta serie llegó a TVE (que la maltrataría de forma bestial e incesante), me encandilé, y durante al menos las primeras cinco temporadas, verla era pura magia. Son tantos y tantos los momentos inolvidables que me regaló la producción de John Wells que sería imposible enumerarlos.
Hay dos cosas verdaderamente grandes en ER. La primera, es que cuenta muy sutilmente una gran historia de fondo, que es la formación del doctor John Carter. Todo gira alrededor de este personaje durante buena parte de la serie, al menos hasta que se va a África. Lo vemos recorrer el camino de residente ingenuo a jefe del Servicio mientras todo ocurre a su alrededor. John Carter es el punto de vista desde el que se cuenta la serie.
Otra cosa grande es que nadie es imprescindible. Poco a poco, con los años, unas personas relevan a otras, se van unos, llegan otros, las arrogancias se convierten en humildades (ejemplar es el periplo del Dr. Benton, en el mejor papel de Eriq la Salle), la vida es un camino de encuentros y separaciones, pero es algo que siempre continúa. El Hospital County de Chicago siempre estará ahí, con nuevas generaciones de doctores y pacientes, sus penas y alegrías.
viernes, 23 de enero de 2009
Camino a los Oscars
Ya han salido las nominaciones a los Oscar, esos premios tan lucrativos como subjetivos que concede la llamada Academia. Otra de las cosas curiosas de vivir en el país del jamón ibérico es que te enteras de la lista por Internet (no hay otro medio), y que te faltan elementos de juicio para ver si las nominaciones han sido justas, porque la mayoría de películas aún no han sido estrenadas, y por tanto, no se han podido ver aún. De todos modos, haré un pequeño compendio de las cosas que me han sorprendido de esta lista.
Lo primero es que Benjamin Button tenga nada menos que 13 nominaciones. Yo me pregunto qué clase de película habrá hecho el siempre interesante David Fincher para colarse de esta manera en los premios mainstream. ¿Qué puedo decir de otras películas con fuerte presencia en la quiniela? No he visto Slumdog Millionaire, pero sí puedo decir de Danny Boyle lo mismo que de Ron Howard, director de la también multinominada Frost contra Nixon: son directores sin personalidad ni nervio.
Entre los más o menos olvidados, podemos contar a la de Harvey Milk, El Intercambio y, muy especialmente, Revolutionary Road, que sospecho se merecía más. Pero lo que clama al cielo, aun sin haber visto la mayor parte de los films nominados, es que las dos películas más señaladas del año pasado, es decir, El Caballero Oscuro y Wall-E, hayan sido ignoradas de los premios mayores. Todas las asociaciones de críticos anglosajonas las han puesto en lo más alto, pero la Academia ha decidido relegarlas a premios menores.
Un pequeño toque de maldad: por favor, que no gane Penélope Cruz. No es por nada, pero es que la última película de Woody Allen es directamente insufrible, y además, me ahorrarían unos cuantos ratos de hastío viendo cómo los bustos parlantes de los noticieros televisivos gastan sus energías hablando de ella y del dichoso film. Para cuando den los premios ya habré visto algunas cosas más, creo, y podré hablar con más propiedad del tema.
lunes, 19 de enero de 2009
Doscientos años
"La tercera década del siglo pasado fue testigo de un amanecer literario que afectó no solo la historia del cuento fantástico, sino la del cuento corto en su totalidad, y moldeó indirectamente las tendencias y fortunas de una gran escuela estética europea. Tenemos la buena suerte, como americanos, de poder reclamar como propio ese despertar, ya que estuvo encarnado en la figura de nuestro más ilustre y desventurado compatriota, Edgar Allan Poe. La fama de Poe ha sido objeto de las más curiosas ondulaciones, y ahora está de moda entre la "vanguardia" minimizar su importancia de artista, y su influencia; pero le sería difícil a un critico maduro y reflexivo negar el tremendo valor de su obra y la persuasiva potencia de su intelecto como creador de visiones artísticas. La verdad es que algunas de sus concepciones pudieron ser anticipadas, pero él fue el primero en concretar esas posibilidades e impartirles una forma suprema y una expresión sistemática. También es cierto que sus discípulos pudieron haberlo superado en algunos textos aislados; pero debemos insistir en que fue él quien les enseñó, por medio del ejemplo y el precepto, el arte que ellos pudieron perfeccionar al tener el camino abierto y a Poe como su guía. Cualquiera fueran sus limitaciones, Poe logró lo que nadie había o podría haber realizado, y a él le debemos el cuento de terror moderno en su forma final y perfecta."
H.P. Lovecraft, El horror en la Literatura
miércoles, 14 de enero de 2009
Penuria moral
Que la crisis económica tiene características particulares en nuestro país no es discutible. Por supuesto, mucho tienen que ver la inoperancia de un Gobierno y unas circunstancias aciagas. Pero dejemos eso a los economistas, no me ocuparé de ese aspecto aquí. Hay un trasfondo detrás de todo esto, más siniestro aún si cabe, que explica en parte por qué hasta aquí hemos llegado, y también el motivo de que lo aceptemos sin más.
Ese trasfondo es indudablemente la idiosincrasia del ciudadano español. Algo molestó cuando Houellebecq dijo en "La posibilidad de una isla" que los españoles tenían algo parecido a una alergia a la cultura (aunque viajamos por ahí con la boina bien alta). En la magnífica película "El ocaso del samurai", el protagonista se alegra de que sus hijos aprendan a Confucio. "Nadie podrá convenceros de ideas que no sean vuestras", dice alegre.
La filosofía moral que ha cundido en nuestro país (y que explica por que George Soros ya dijera que España era particularmente vulnerable a la catástrofe) se resume en esa jocosa expresión de "el que venga detrás que arree". Quien podía, se compraba dos o más domicilios, no para ocuparlos, sino para sobrevalorarlos de cara a una futura venta. Era impensable que ese ciclo viciado tuviera un fin, pero lo tuvo. En una sociedad que cultiva el triunfo fácil y el dinero fácil, hacerse rico comprando pisos sin dar abasto era la solución para todo.
Todos sabemos lo que ha ocurrido. Ahora tenemos una crisis que nos conducirá a los cuatro millones de parados en este año, con toda probabilidad. Y nadie dice nada, lo cual también tiene una explicación particularmente siniestra. Sin referencias del pasado, sin otra ventana al mundo que unos medios de comunicación al servicio del Poder, las personas no leen a Confucio y pueden ser convencidas alegremente de cualquier cosa.
Hay un motivo aún más palpable por el que en España nos manifestamos por guerras lejanas y no movemos un dedo por las que tenemos en casa. Es una característica muy española, muy nuestra, que se resume en esa otra expresión castiza "ande yo caliente". Ahora mismo, 2 de cada 15 personas en España están en el paro. En Francia o en Alemania, hablaríamos de 15 personas indignadas. Aquí, regidos por un ancestral cultivo de la envidia, hablamos de 2 personas resignadas a su suerte y 13 que se alegran de no ser ellas.
Si a eso sumamos que todo lo que hace el Partido en el Poder (que de Izquierda sólo tiene el marco) está bien para una cierta mayoría de personas, ya tenemos la penuria moral instalada en nuestra sociedad enferma. Y pocas soluciones, más alla del "verlas pasar", encontraremos, si no hacemos un diagnóstico exacto de la enfermedad social que nos aqueja muy particularmente.
Ese trasfondo es indudablemente la idiosincrasia del ciudadano español. Algo molestó cuando Houellebecq dijo en "La posibilidad de una isla" que los españoles tenían algo parecido a una alergia a la cultura (aunque viajamos por ahí con la boina bien alta). En la magnífica película "El ocaso del samurai", el protagonista se alegra de que sus hijos aprendan a Confucio. "Nadie podrá convenceros de ideas que no sean vuestras", dice alegre.
La filosofía moral que ha cundido en nuestro país (y que explica por que George Soros ya dijera que España era particularmente vulnerable a la catástrofe) se resume en esa jocosa expresión de "el que venga detrás que arree". Quien podía, se compraba dos o más domicilios, no para ocuparlos, sino para sobrevalorarlos de cara a una futura venta. Era impensable que ese ciclo viciado tuviera un fin, pero lo tuvo. En una sociedad que cultiva el triunfo fácil y el dinero fácil, hacerse rico comprando pisos sin dar abasto era la solución para todo.
Todos sabemos lo que ha ocurrido. Ahora tenemos una crisis que nos conducirá a los cuatro millones de parados en este año, con toda probabilidad. Y nadie dice nada, lo cual también tiene una explicación particularmente siniestra. Sin referencias del pasado, sin otra ventana al mundo que unos medios de comunicación al servicio del Poder, las personas no leen a Confucio y pueden ser convencidas alegremente de cualquier cosa.
Hay un motivo aún más palpable por el que en España nos manifestamos por guerras lejanas y no movemos un dedo por las que tenemos en casa. Es una característica muy española, muy nuestra, que se resume en esa otra expresión castiza "ande yo caliente". Ahora mismo, 2 de cada 15 personas en España están en el paro. En Francia o en Alemania, hablaríamos de 15 personas indignadas. Aquí, regidos por un ancestral cultivo de la envidia, hablamos de 2 personas resignadas a su suerte y 13 que se alegran de no ser ellas.
Si a eso sumamos que todo lo que hace el Partido en el Poder (que de Izquierda sólo tiene el marco) está bien para una cierta mayoría de personas, ya tenemos la penuria moral instalada en nuestra sociedad enferma. Y pocas soluciones, más alla del "verlas pasar", encontraremos, si no hacemos un diagnóstico exacto de la enfermedad social que nos aqueja muy particularmente.
lunes, 12 de enero de 2009
Vida de Perros
Hay un programa estupendo en la Cuatro, se llama "El Encantador de Perros", donde un tal César Millán, que debe ser uno de los mayores expertos mundiales en canes, ayuda a solucionar los problemas que muchas personas (naturalmente ricas) tienen con sus perros. En la mayoría de los casos, Millán nos muestra como el problema de comportamiento del animal lo causa su dueño/a, que tiende a sobreprotegerlo, a no saber ponerle límites.
Buena parte de sus clientes son mujeres que están en sus casas, ociosas mayormente, y que sobrecompensan una carencia afectiva con un apego desmesurado por su perro. A una cliente en particular le hacía llorar que su perro fuera corregido, y no que el animal mordiera a su hijo. He crecido con una educación cosmopolita, y el elogio de Byron a su criatura se me quedó grabado en su momento, pero diferenciemos las cosas.
Una persona que sobrevalora a sus animales de compañía tiene un problema, y yo diría que de los gordos. Siempre he pensado que los fanáticos de los animales son personas que en el fondo desprecian a sus semejantes. Yo, al contrario, tengo respeto por el mundo animal, pero si tuviera que elegir entre la vida de un solo ser humano y el exterminio entero de una especie, me inclinaría por salvar al hombre.
Pero en el Primer Mundo nos hemos vuelto medio locos. Nos gastamos más dinero en comida para animales que en caridad. Pueden leerlo aquí y pasmarse. Para los gatitos y perritos no hay crisis económica. Recuerdo haber leído que una anciana se desmayó y su querido chucho empezó a comerle el brazo hasta el muñón. En el mundo animal no hay piedad, y en el mundo humano tampoco demasiada.
Lo que no quiere decir que tengamos que maltratar o abandonar a estos animales, que en verdad pueden ser valiosos compañeros. En la tortuosa, magnífica película "Perro Blanco" de Samuel Fuller, un hermoso y gran pastor alemán blanco ataca a los negros porque fue entrenado con negros que lo maltrataban de pequeño. Opino que las personas que no tienen la capacidad moral o intelectual para mantener a una mascota no debieran hacerlo (no hablemos ya de niños).
Ahora te encarcelan si maltratas a estos animales domésticos. Considero eso una exageración, cuando todos vemos como en las guarderías los niños son descuidados por las aburridas dueñas de los establecimientos, cuando no directamente golpeados, y la cárcel rara vez es su destino, como rara vez lo es el de los médicos negligentes que dejan morir a algunos pacientes. Este mundo de corrección política es asfixiante, y la expresión "vida de perros", aplicada a los humanos, nunca estuvo más vigente que en nuestros orwellianos días.
sábado, 3 de enero de 2009
Facebook, perder el tiempo
Me entero hoy de que algunos célebres mafiosos sicilianos tienen muchos amigos en el Facebook, entre 300 y un cero más. Por supuesto, yo me apunté brevemente al asunto. Al fin y al cabo, todo el mundo habla de ello, y es tan trivial decir que no te has metido en el tema de moda si de verdad no te has metido... El breve tiempo que pasé allí me sirvió para darme cuenta de la memez que supone perder el tiempo con el artefacto en cuestión.
Ya me las temía cuando hicieron una encuesta a finales del 2007 a los editores de BBC News, y casi ninguno estaba en esta red social. No le veían utilidad alguna. Les doy la razón, por variados motivos. Un usuario medio de Facebook tiene entre 20 y 30 amigos, de los cuales sólo responde regularmente a unos cinco. A los que supone sus amigos de verdad.
Mirad las fotos de la mayoría de usuarios. Es alucinante cómo la gente elige las imagenes que ellos suponen cool, o en sitios turísticos, llegando a extremos ridículos. Esto es Internet, pero las apariencias también engañan aquí. Es decir, muchos entran en esta red social a ligar. Pues lo tienen más bien crudo.
Luego están las aplicaciones. Antes del cambio de diseño, horrible por cierto, ya eran una cosa inútil. Tests de música en los que siempre salen los mismos grupitos modernos de siempre, como Modest Mouse o raperos de quinta fila. Tests de inteligencia cognitiva, emocional y escrotal. Cuestionarios ridículos que dan como resultado "Qué personaje de Friends eres". Mapas donde marcar en qué sitios has estado, ahora que el mundo está pisoteado y transitado por millones de turistas hacinados.
Luego están ya las tontadas del todo a cien, como figuritas y regalitos para mandar, plantitas y animales que cuidar, que si cuanto sabes sobre Amy Winehouse, su vida y milagros, y por supuesto la irresistible nostalgia por esa mediocre década de los 80. Hasta hay un sitio donde pones opiniones, y donde las más razonables pasan desapercibidas entre un montón de basura.
¿Y dónde está la comunicación? Mensajes por un murito, mensajes privados, un chat ridículo, mandar besitos, abrazos, poner tu estado de ánimo, mandar una foto tuya en Okinawa... ¿no es más sencillo enviar un e-mail, o simplemente descolgar el teléfono y quedar? ¿No nos estamos volviendo agilipollados entre tanto Facebook, Twitter y Tuenti?
Es fabulosamente deprimente. El inventor de esto se llama Mark Zuckerberg, tiene 24 años, y ya es millonario. No te alegres de tener doscientos amigos o amigas en el facebook con sus caras anguladas en blanco y negro. La gran desgracia es que con 24 años nunca inventarás nada parecido, y de eso no te consuela ni tu tía. No pierdas el tiempo y haz algo que valga la pena.
Este año J.D. Salinger cumple 90 años. Lee sobre él en la Wikipedia. Mira vídeos de cómo tocaba Glenn Gould el piano en el Youtube. Mira la hemeroteca digital de La Vanguardia. Usa los recursos que te da la red para aprender, estudiar, culturizarte. Y, si estás realmente desesperado, usa el Messenger.
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