sábado, 7 de mayo de 2011
Amarga victoria
Cuando conocí la increíble noticia de que Osama Bin Laden había sido eliminado por el ejército de Estados Unidos, me dejé embargar por la euforia durante un par de días. Y, dicho sea de paso, no puedo decir, como otros, que la euforia no estuviera justificada. Desde luego, el tipo merecía morir como lo hizo, por lo menos. No voy a entrar aquí en sesudas disquisiciones legales ni políticas, que de eso se puede leer en todas partes, y nunca fue ese el propósito de mi blog.
Pasada la euforia, sin embargo, me embargó una melancolía parecida a la que describía Gibbon cuando acabo su Historia. Me puse a pensar. Pensé en lo que significó para mí el 11 de Septiembre, que fue como un estallido de luz bajo el cual se revelaron los verdaderos rostros de muchas personas y personalidades, y cuya faz fue confirmada con los atentados de Madrid y Londres. Sigo viendo aquella luz y sigo viendo esas caras.
Mi hermano, siempre más sabio que yo, me envió un cuento chino, adaptado por los sufís, que me hizo reflexionar sobre lo relativo de las cosas. Yo recordé cuando, después de haber perdido a Gwen Stacy, Spiderman dice después de la muerte del Duende Verde: "Debería sentirme satisfecho, pero sólo me siento un poco más solo". Recordé lo que el estoico Dr. Manhattan le dice al ingenuo y siniestro Veidt: "Nada acaba nunca, Adrian".
Cuando la televisión retransmitió aquellas terribles imágenes del World Trade Center, yo creía en muchas cosas: en la democracia y el capitalismo, con una fe casi inquebrantable. A día de hoy, estoy cerca de aborrecer lo que significan ambos términos, porque al amparo de ellos, se cometen injusticias tan graves, tan tremendas como los atentados yihadistas, sólo que más sordas, ocultas y calladas. Ya no vale lo del enemigo común, porque han cambiado muchas cosas.
Hace poco he revisado la magistral película de J.L. Mankiewicz, Cleopatra. Cuando César derrota a Pompeyo en Farsalia, sus soldados le dicen que ha conseguido una gran victoria, y él replica "¿Sobre quién? ¿Sobre qué?". Más adelante, cuando los Ptolomeos le ofrecen la cabeza de su viejo enemigo como regalo conciliatorio, el rostro de César se ensombrece y dice "Hay demasiado sol". Sí, hay demasiado sol también para mi humilde cabeza.
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