sábado, 14 de mayo de 2011
Show Business
Hace ya algún tiempo, la revista especializada en cine "Dirigido" hizo un especial sobre "50 obras maestras del cine europeo". Aunque más adelante lo ampliaron con otras 50, no deja de ser significativo e irónico, y me pregunto si los redactores de la revista se dieron cuenta de ello. ¿Verdad que nadie en su sano juicio podría concebir un especial sobre 50 obras maestras del cine norteamericano?
La razón es bien simple. Dejemos aparte el debate sobre quién inventó el cine primero, lo cierto es que las primeras expresiones del séptimo arte se dieron en Europa, aunque me gustaría dejar claro, especialmente a los fans de Tesla y a los desmitificadores, que Edison, por muy desgradable que fuera, era sobretodo un coloso, un genio de la invención y de los negocios. Después de todo, no hay genios agradables, ni demasiadas personas encantadoras.
Pero en cuanto Estados Unidos empezó a dar rienda suelta a su ingenio con el invento, algo despertó, una especie de frenesí creativo que, a pesar de mi debilidad por el cine mudo, explotó de tal modo que un especial sobre 50 obras maestras del cine americano debería incluir "de cualquier año" entre los años 30 y los 60, y quizás nos quedaríamos cortos. Uno debe preguntarse qué es lo que entendieron los estudios de Hollywood.
Ni más ni menos, que el cine es, por encima de todo, un medio de diversión y entretenimiento. Una película no está obligada a hacernos reflexionar, pero sí está obligada a no ser aburrida, cosa que el público que paga una entrada entiende muy bien. Mientras el cine europeo colocaba el fondo por encima de la forma, un poco a la manera de ciertos escritores ilegibles, el cine estadounidense supeditaba todo a la forma.
De este modo, se crearon dos cosas: una escuela ininterrumpida y una técnica. Los directores nacidos en Europa que tenían inquietudes emigraron a la meca del Cine, porque entendieron que allí tendrían los mejores medios, tanto humanos como técnicos. Cojamos por ejemplo a Orson Welles, y compárense Mr. Arkadin y Sed de Mal. Siendo igualmente brillantes (otro genio indiscutible), Sed de Mal tiene mucha mejor factura técnica.
Por desgracia, el cine norteamericano actual está muy lejos de ser lo que fue, y no sólo eso: es que fuera de los círculos más o menos académicos que representa la revista Dirigido, nadie se acuerda de los films antiguos. El público joven tiene una educación cinéfila lamentable, y es a ellos a quien van dirigidos los engendros que Hollywood tiene a bien producir a mansalva. Al final, hay una cierta justicia en ver que el mejor cine de hoy en día ya no es casi exclusivo de una sola nación.
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