viernes, 18 de diciembre de 2009
Mundos virtuales
La experiencia de ver Avatar, el último y muy publicitado invento de James Cameron, en una gran pantalla en tres dimensiones es visualmente asombrosa. Es sabido que el furibundo director es un apasionado de la técnica y un maestro en rodar secuencias de acción, y en Avatar cumple con creces en esas áreas. Pero Cameron se olvida, tristemente, de que una película es una historia, y aquí firma uno de los peores guiones de su carrera, y demuestra que, si sabe gritarles a los actores, desde luego no sabe dirigirlos.
Sé muy bien que en esta opinión no voy a estar muy acompañado, porque Cameron sabe darle al público de masas exactamente lo que quiere, es decir, evadirse y no pensar, y Avatar va a arrasar en taquilla. Me sorprende, sin embargo, que críticos tan avezados como Roger Ebert no hayan visto las enormes deficiencias del film. Para empezar, los actores, del primero al último, están para fusilarlos a todos, empezando por el insulso protagonista, superestrella de físico sin talento alguno que sospecho acabará encasillado en el cine de acción facilón y palomitero.
Los buenos son buenísimos, los malos son malotes de caricatura, aquí no hay medias tintas. Además, se nos oculta un montón de información. No sabemos que pasó en la Tierra, no sabemos casi nada de los Na´vi, no conocemos el pasado de ningún personaje, ni en qué época se sitúa la historia. Los diálogos son asombrosamente idiotas incluso para Cameron (que necesita asesoramiento urgente en estos temas, pero su ego no le deja). Y las ideas interesantes que se presentan en la historia, que las hay, están resueltas de manera ridícula y predecible.
Me he hartado de leer y oír que George Lucas es un mal guionista. Sospecho que los mismos que tanto lo han criticado últimamente son los que se dejan deslumbrar por este castillo de fuegos de artificio. Pero si Lucas revolucionó el cine del modo que lo hizo, para bien o para mal, es porque sabía que la historia es esencial en una película, sea del espacio o de carreras de coches. Una sola línea dicha por el senador Palpatine supera a todas las frases de este espectáculo digital y gélido. Y ni Peter Jackson, cuya trilogía de los anillos está envejeciendo mal, ni mucho menos Cameron, pueden rivalizar con el astuto creador de Indiana Jones.
Quedan en el balance positivo los inenarrables efectos especiales, las escenas de acción de la segunda mitad, rodadas con la maestría habitual del director canadiense, y algunos apuntes de guión que debieron ser ampliados o mejor interpretados. Pero la película que pretendía revolucionar el cine se queda en una versión espacial de Tarzán y Atlantis que gustará a muchos chavales, pero no a un público exigente. Si al menos Cameron no se tomara a sí mismo tan en serio, podría haber hecho una golfada como la incomprendida y espléndida Starship Troopers. Pero por cosas como esa Verhoeven está en Holanda. El público de la era Ipod lo quiere todo masticadito, ésta por papá, y ésta por mamá.
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