sábado, 12 de diciembre de 2009
Falsa Navidad
Está escrito que Jesús, al ver que los mercaderes aprovechaban el templo para enriquecerse, los expulsó con furia, diciendo "habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones". Me pregunto qué diría Jesús si viera en qué hemos convertido la Navidad. Para nuestra generación, la Navidad es simplemente una época en la que hay que vender y comprar todo tipo de cosas inútiles, con locura ciega, para mantener un sistema económico que asfixia el alma. Ya pocos se acuerdan de qué es lo que se celebra en estos días.
Marcelo le dice a Horacio, el amigo de Hamlet, que en el tiempo en que se celebra el Nacimiento del Redentor, las noches son saludables, libres de malas influencias. " ¡Tan sagrados son y tan felices aquellos días!", dice el buen Marcelo. ¿Qué se celebra en Navidad en cualquier caso? El Nacimiento del más humilde, del que nació en un pesebre, el que nunca tuvo nada en posesión. Esto debiera ser sagrado para los creyentes y motivo de respeto para los que no creen. Para los insensatos, que cada vez son más, parece no significar nada. Pero estos que llaman a la Navidad solsticio de invierno, ¿qué están celebrando exactamente?
Para el que recibe un regalo, importa más la cuantía que el valor del mismo. Una vaca de juguete regalada con cariño vale mucho más que un ordenador regalado con desdén. Pero nuestros ojos, invisibles a nada que no sea tangible, no saben distinguir entre intenciones. En un mundo regido por las apariencias, y en el que no cuenta nada más, no podemos ver ya lo que el corazón esconde. En todo caso, yo apelo a una reducción drástica del mercadeo en Navidad, porque si el Templo es la Casa de Dios, y hasta los ateos reconocen que una Iglesia es terreno sagrado, la Navidad es el Tiempo de Dios en cada uno de nosotros.
No es tiempo de ir a comprar nuestros caprichos efímeros. No es tiempo de comer como cerdos cebados ni de ser felices por un día con el último aparato electrónico que los mercaderes ponen con astucia delante de nuestros ojos. La Navidad debiera ser tiempo de renuncia, de meditación, de cercanía con los que queremos, y de caridad. Pero preferimos recibir y dar cosas en lugar de transmitir afecto. Queremos el mensaje, pero echamos al mensajero a la fría calle. En verdad que hemos convertido estos días tan especiales en una cueva de ladrones mil veces más terrible que la que denunció Jesús en el Templo.
Me dirían algunos que si no se consume, mucha gente perdería su trabajo. ¿Quién lo perdería, digo yo? Los que son prescindibles siempre lo han sido. Los ejecutivos que deciden quién se va a la calle siempre ganan. Los que podrían perder su trabajo de cajeros, repartidores, agentes de ventas u otras faenas igualmente indignas por la caída del consumo parecen ignorar que son esclavos al vender su felicidad por un sueldo miserable mientras otros se hacen ricos con el sudor de frentes ajenas. Y en todo caso, hay una diferencia entre no consumir y hacerlo con locura, que es lo que hacemos desde hace ya demasiados años.
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