viernes, 4 de diciembre de 2009

"Mil y una" noches


Un viejo dicho árabe dice que aquél que lee las Mil y una Noches muere antes de terminarlas. Poco podía sospechar el anónimo lo certeras que son esas palabras. En un célebre ensayo sobre las traducciones de las Noches, Borges repasa a los artífices de que esta obra maravillara a Occidente. El viejo maestro argentino elogia sin reparos a Galland, pondera con frialdad a Lane, disimula su admiración por Burton (conociendo al personaje, su versión debe de ser magnífica), ataca sin piedad a Mardrus y despacha a Littman con desdén.
Si olvidamos las versiones abreviadas, en español nos encontramos con el mismo problema. No hay ninguna edición definitiva de las Mil y una Noches, una de las obras más entretenidas de la literatura universal. Dispongo desde hace tiempo de la de Mardrus traducida por Blasco Ibáñez, es decir, una mala traslación de una versión adulterada. También tengo la de Juan Vernet, la más alabada por los filólogos, y a la que se pueden aplicar las palabras que Borges dedicó a Littman. Vernet es "siempre lúcido, legible, mediocre". Su versión es respetable y académica, y eso es lo peor que le puede ocurrir a un libro de esta naturaleza.
Las cosas siempre pueden ir a peor. Hace poco se ha publicado la versión de René Khawam de la obra en nuestra lengua. Este especialista se remonta a las fuentes originales y comete el error que nadie antes que él ha osado cometer: omite a Simbad, a Aladino y a Alí Babá, porque fueron añadidos a posteriori. Un ejercicio de purismo de la peor especie. Sin embargo, y aquí es donde está el punto esencial, Khawam incluye varios cuentos que no están en ninguna otra versión. Del mismo modo, en la traducción de Vernet hallé, entre otras, una increíble historia que tiene a Alejandro Magno como protagonista. En mi vieja y desordenada recopilación de Mardrus abunda un cierto erotismo muy exótico y francés.
Hay infinitas, mil y una versiones y traducciones de las Noches Árabes, como las llamó el precursor Galland. Estamos hablando por tanto de una obra que no deja de renovarse en distintas lenguas a través de los tiempos, ilimitada y antigua. Hay, sin embargo, una traducción española, la de Cansinos Assens, que bien puede ser calificada como canónica, y que Borges admiró sin reservas. Es una obra que Aguilar publicó hace ya tiempo, con bellas ilustraciones y en elegantes tomos de piel. Lamentablemente, sólo se puede encontrar en el mercado de segunda mano a un precio prohibitivo.

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