miércoles, 30 de diciembre de 2009

Palabras y actos


En los mal llamados foros de Internet (si los romanos levantaran la cabeza), abunda un argumento muy curioso cuando ya no queda ningún otro. Si una persona no está de acuerdo con otra, acaba por espetarle que "es que tú has follado poco". La cosa merece una reflexión. Para empezar, el acto del coito es fisiológico en sí mismo, cumple una necesidad vital lo mismo que el acto de comer alimentos. Sacar un mérito de ello es lo mismo que decirle a otro que no tiene razón porque no ha cenado solomillo.
Ciertamente, llegar a hacer el amor con otra persona precisa de un esfuerzo, qué duda cabe. Casanova era un consumado artista en ese deporte, pero me obstino en recordar que el director Federico Fellini lo consideraba un ser vacío y cretino. Quizás los años tristes que pasó de bibliotecario le den la razón al cineasta italiano, aunque ni él ni yo tenemos derecho a juzgar, en el balance de las cosas, a un hombre que, en muchos sentidos, y no sólo en el de la seducción o el literario, fue excepcional aun a su pesar.
Pero, al menos hoy en día, no es un gran esfuerzo. Quevedo lo resumió magistralmente con una frase lapidaria: "Putas le sobran a cualquier desnudo". Todo el mundo come y todo el mundo hace el amor, más que menos. Presumir de ambas cosas es banal hasta decir basta, pero aún me atrevería a más, y es que a veces el refranero ayuda cuando nos dice que hay que ser cautos con aquello de lo que uno se jacta. El acto sexual es un acto íntimo, y presumir de ello sin más es convertir a la persona con la que lo has hecho en un trofeo de caza, es decir, en un objeto.
Claro está que no es lo mismo hacer el amor, o follar (palabra que hasta etimológicamente es tosca), que amar a otra persona, de otro sexo o del mismo. Amar, además del enorme placer emocional y físico que proporciona, es un noble sacrificio que requiere algo que escasea más que la plata y el oro fino, es decir, voluntad. Hay que aplicarse por complacer y hacer feliz a tu amante o cónyuge, hay que trabajar duro para ponerse de acuerdo en las decisiones del día a día, para saber cuándo ceder y cuándo no, para ver pasar las estaciones y los años en dulce e indispensable compañía, para perdonar y olvidar las inevitables rencillas.
Divertirse siempre es sano, especialmente cuando eres un chaval con las hormonas a punto. Pero por ello mismo sólo un adolescente con pocas luces puede esgrimir el argumento de que ha follado mucho y sacar autoridad moral de ello. El tiempo enseña muchas cosas, pero sobre todo, enseña a valorar las que verdaderamente importan. El cariño, la afinidad y la empatía que crecen y se ramifican como un robusto árbol que pierde las hojas en Otoño para recuperarlas en Primavera, eso sólo se aprende con el tiempo. No hay nada más conmovedor que ver a una pareja de viejecitos cogidos de la mano, con poca vida por delante, pero con mucha por detrás.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Visita a una librería

Borges Oral, Cartas a Milena de Kafka, Curso sobre el Quijote de Nabokov, Cuentos completos de Faulkner, La vida amarga de Josep Pla, Borges según Bioy Casares, la Obra Selecta de Edmund Wilson, Consejos a los criados de Jonathan Swift, Nocturnos de Hoffmann, Cuentos de Sherwood Anderson, Canaan negro de Robert Howard, Parerga y Paralipómena de Schopenhauer, Semmelweis de Celine, Obras completas de Wittgenstein, Los Diálogos de Platón, El Jardín de Ciro de Thomas Browne, En Ruta de Jack London, La prosa de San Juan de la Cruz, Nuestro visitante de medianoche de Conan Doyle, La Metafísica de Aristóteles, Conversaciones con Woody Allen, El Biathanatos de John Donne, Cuentos completos de Eudora Welty, El vértigo de listas de Umberto Eco, Diarios de Robert Musil, Poesía medieval Española, Cuentos esenciales de Maupassant, El canon del cuento de Harold Bloom, Coplas de Jorge Manrique, Tifus de Sartre, Cuentos fantásticos de Tieck, Cuentos selectos de Chejov, Para leer al anochecer de Dickens, La vida del espíritu de Hannah Arendt, Cuadernos de notas de Henry James, Diarios de Lord Byron, Kafka va al cine, Cuentos completos de Stevenson, Obras completas de Ovidio, Cuentos de Dostoievski, Historias de piratas de Defoe, Obras completas de Emerson en inglés. Ediciones lujosas del Quijote, de Arthur Gordon Pym, de las novelas de Sherlock Holmes, de la Divina Comedia, la Crónica de las Cruzadas de la editorial Taschen. Y mucho más que ya no logro recordar. Todo visto, ojeado, leído en voz alta, olido. Todo se quedó allí.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Mundos virtuales


La experiencia de ver Avatar, el último y muy publicitado invento de James Cameron, en una gran pantalla en tres dimensiones es visualmente asombrosa. Es sabido que el furibundo director es un apasionado de la técnica y un maestro en rodar secuencias de acción, y en Avatar cumple con creces en esas áreas. Pero Cameron se olvida, tristemente, de que una película es una historia, y aquí firma uno de los peores guiones de su carrera, y demuestra que, si sabe gritarles a los actores, desde luego no sabe dirigirlos.
Sé muy bien que en esta opinión no voy a estar muy acompañado, porque Cameron sabe darle al público de masas exactamente lo que quiere, es decir, evadirse y no pensar, y Avatar va a arrasar en taquilla. Me sorprende, sin embargo, que críticos tan avezados como Roger Ebert no hayan visto las enormes deficiencias del film. Para empezar, los actores, del primero al último, están para fusilarlos a todos, empezando por el insulso protagonista, superestrella de físico sin talento alguno que sospecho acabará encasillado en el cine de acción facilón y palomitero.
Los buenos son buenísimos, los malos son malotes de caricatura, aquí no hay medias tintas. Además, se nos oculta un montón de información. No sabemos que pasó en la Tierra, no sabemos casi nada de los Na´vi, no conocemos el pasado de ningún personaje, ni en qué época se sitúa la historia. Los diálogos son asombrosamente idiotas incluso para Cameron (que necesita asesoramiento urgente en estos temas, pero su ego no le deja). Y las ideas interesantes que se presentan en la historia, que las hay, están resueltas de manera ridícula y predecible.
Me he hartado de leer y oír que George Lucas es un mal guionista. Sospecho que los mismos que tanto lo han criticado últimamente son los que se dejan deslumbrar por este castillo de fuegos de artificio. Pero si Lucas revolucionó el cine del modo que lo hizo, para bien o para mal, es porque sabía que la historia es esencial en una película, sea del espacio o de carreras de coches. Una sola línea dicha por el senador Palpatine supera a todas las frases de este espectáculo digital y gélido. Y ni Peter Jackson, cuya trilogía de los anillos está envejeciendo mal, ni mucho menos Cameron, pueden rivalizar con el astuto creador de Indiana Jones.
Quedan en el balance positivo los inenarrables efectos especiales, las escenas de acción de la segunda mitad, rodadas con la maestría habitual del director canadiense, y algunos apuntes de guión que debieron ser ampliados o mejor interpretados. Pero la película que pretendía revolucionar el cine se queda en una versión espacial de Tarzán y Atlantis que gustará a muchos chavales, pero no a un público exigente. Si al menos Cameron no se tomara a sí mismo tan en serio, podría haber hecho una golfada como la incomprendida y espléndida Starship Troopers. Pero por cosas como esa Verhoeven está en Holanda. El público de la era Ipod lo quiere todo masticadito, ésta por papá, y ésta por mamá.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Joyas catódicas


Es memorable el capítulo del cuento Cándido, de Voltaire, en que aquél se encuentra con el noble llamado Prococurante, que tiene la honestidad de admitir que, de todas las obras clásicas que posee, la inmensa mayoría le aburren. "De tres mil pasan y no hay treinta buenas". Siendo realistas, ese principio se aplica a cualquier área creativa en cualquier época, y la ficción televisiva de la década que ya acaba no ha dado tantas muestras de inmensa calidad como se ven en los blogs sobre el medio. He visto muchas listas, pero yo juzgo que estas series son las que realmente merecen el honor de ser las mejores de la década cero:

-24: Porque, tal y como dice su protagonista, Kiefer Sutherland, llegó en el momento adecuado. Ninguna otra ficción, en cine o cualquier otro medio, ha sabido retratar el mundo post 11-S como esta adictiva saga.

-Perdidos: Por mucho que la critiquen, hay que reconocer que las tres primeras temporadas de esta serie han dejado muchos momentos imborrables en nuestra retina. A partir de la cuarta temporada, sin embargo, los perdidos son los guionistas.

-House: Porque no es una serie de medicina al uso, ni una imitación hospitalaria de CSI, ni un homenaje a cierto detective inglés. Sobretodo, es una serie sobre la condición humana y las relaciones laborales, que son analizadas por su protagonista de modo implacable.

-Dexter: Es un gran mérito que un psicópata nos caiga tan simpático. Quizá apela al demonio que todos llevamos dentro. Cada temporada es mejor que la anterior, y la odisea de un personaje tan atípico va camino del apocalipsis.

-Nip/Tuck: Un retrato sin concesiones del mundo de apariencias en que estamos inmersos. Los protagonistas son dos cirujanos plásticos que se complementan perfectamente en un ambiente malsano y enfermizo en que el sexo no lo cura todo.

-Roma: Las inexactitudes históricas de esta serie darían para un tomazo, y no alcanza en calidad a Yo Claudio, pero unos actores entregados, su sucio realismo, y una segunda temporada endiablada la redimen de cualquier pecado. Lástima que se acabara tan pronto.

-El Rey de la Colina: La verdadera heredera de los Simpson, una cruda serie de animación en la que no es fácil reírse, pero en la que todos nos vemos retratados de alguna manera. En poco tiempo se les coge cariño a los personajes.

-A Dos Metros Bajo Tierra: La gran joya de la corona, si la televisión se inventó para que existiera esta serie, bien estuvo el invento. Perfección pura y cristalina como no se veía desde hace mucho tiempo. Todo lo que empieza tiene un final, pero vaya final.

Y esto es todo, amigos. Se trataba de poner lo mejor. De hecho, he acabado poniendo más de las que tenía pensadas en un principio. No tengo por que justificar las ausencias, porque, como a Prococurante, me aburren muchas cosas. Pero aunque es una lista personal, no es del todo subjetiva.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Falsa Navidad


Está escrito que Jesús, al ver que los mercaderes aprovechaban el templo para enriquecerse, los expulsó con furia, diciendo "habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones". Me pregunto qué diría Jesús si viera en qué hemos convertido la Navidad. Para nuestra generación, la Navidad es simplemente una época en la que hay que vender y comprar todo tipo de cosas inútiles, con locura ciega, para mantener un sistema económico que asfixia el alma. Ya pocos se acuerdan de qué es lo que se celebra en estos días.
Marcelo le dice a Horacio, el amigo de Hamlet, que en el tiempo en que se celebra el Nacimiento del Redentor, las noches son saludables, libres de malas influencias. " ¡Tan sagrados son y tan felices aquellos días!", dice el buen Marcelo. ¿Qué se celebra en Navidad en cualquier caso? El Nacimiento del más humilde, del que nació en un pesebre, el que nunca tuvo nada en posesión. Esto debiera ser sagrado para los creyentes y motivo de respeto para los que no creen. Para los insensatos, que cada vez son más, parece no significar nada. Pero estos que llaman a la Navidad solsticio de invierno, ¿qué están celebrando exactamente?
Para el que recibe un regalo, importa más la cuantía que el valor del mismo. Una vaca de juguete regalada con cariño vale mucho más que un ordenador regalado con desdén. Pero nuestros ojos, invisibles a nada que no sea tangible, no saben distinguir entre intenciones. En un mundo regido por las apariencias, y en el que no cuenta nada más, no podemos ver ya lo que el corazón esconde. En todo caso, yo apelo a una reducción drástica del mercadeo en Navidad, porque si el Templo es la Casa de Dios, y hasta los ateos reconocen que una Iglesia es terreno sagrado, la Navidad es el Tiempo de Dios en cada uno de nosotros.
No es tiempo de ir a comprar nuestros caprichos efímeros. No es tiempo de comer como cerdos cebados ni de ser felices por un día con el último aparato electrónico que los mercaderes ponen con astucia delante de nuestros ojos. La Navidad debiera ser tiempo de renuncia, de meditación, de cercanía con los que queremos, y de caridad. Pero preferimos recibir y dar cosas en lugar de transmitir afecto. Queremos el mensaje, pero echamos al mensajero a la fría calle. En verdad que hemos convertido estos días tan especiales en una cueva de ladrones mil veces más terrible que la que denunció Jesús en el Templo.
Me dirían algunos que si no se consume, mucha gente perdería su trabajo. ¿Quién lo perdería, digo yo? Los que son prescindibles siempre lo han sido. Los ejecutivos que deciden quién se va a la calle siempre ganan. Los que podrían perder su trabajo de cajeros, repartidores, agentes de ventas u otras faenas igualmente indignas por la caída del consumo parecen ignorar que son esclavos al vender su felicidad por un sueldo miserable mientras otros se hacen ricos con el sudor de frentes ajenas. Y en todo caso, hay una diferencia entre no consumir y hacerlo con locura, que es lo que hacemos desde hace ya demasiados años.

viernes, 4 de diciembre de 2009

"Mil y una" noches


Un viejo dicho árabe dice que aquél que lee las Mil y una Noches muere antes de terminarlas. Poco podía sospechar el anónimo lo certeras que son esas palabras. En un célebre ensayo sobre las traducciones de las Noches, Borges repasa a los artífices de que esta obra maravillara a Occidente. El viejo maestro argentino elogia sin reparos a Galland, pondera con frialdad a Lane, disimula su admiración por Burton (conociendo al personaje, su versión debe de ser magnífica), ataca sin piedad a Mardrus y despacha a Littman con desdén.
Si olvidamos las versiones abreviadas, en español nos encontramos con el mismo problema. No hay ninguna edición definitiva de las Mil y una Noches, una de las obras más entretenidas de la literatura universal. Dispongo desde hace tiempo de la de Mardrus traducida por Blasco Ibáñez, es decir, una mala traslación de una versión adulterada. También tengo la de Juan Vernet, la más alabada por los filólogos, y a la que se pueden aplicar las palabras que Borges dedicó a Littman. Vernet es "siempre lúcido, legible, mediocre". Su versión es respetable y académica, y eso es lo peor que le puede ocurrir a un libro de esta naturaleza.
Las cosas siempre pueden ir a peor. Hace poco se ha publicado la versión de René Khawam de la obra en nuestra lengua. Este especialista se remonta a las fuentes originales y comete el error que nadie antes que él ha osado cometer: omite a Simbad, a Aladino y a Alí Babá, porque fueron añadidos a posteriori. Un ejercicio de purismo de la peor especie. Sin embargo, y aquí es donde está el punto esencial, Khawam incluye varios cuentos que no están en ninguna otra versión. Del mismo modo, en la traducción de Vernet hallé, entre otras, una increíble historia que tiene a Alejandro Magno como protagonista. En mi vieja y desordenada recopilación de Mardrus abunda un cierto erotismo muy exótico y francés.
Hay infinitas, mil y una versiones y traducciones de las Noches Árabes, como las llamó el precursor Galland. Estamos hablando por tanto de una obra que no deja de renovarse en distintas lenguas a través de los tiempos, ilimitada y antigua. Hay, sin embargo, una traducción española, la de Cansinos Assens, que bien puede ser calificada como canónica, y que Borges admiró sin reservas. Es una obra que Aguilar publicó hace ya tiempo, con bellas ilustraciones y en elegantes tomos de piel. Lamentablemente, sólo se puede encontrar en el mercado de segunda mano a un precio prohibitivo.