sábado, 21 de noviembre de 2009

La rueda de fuego


Girolamo Savonarola irrumpió en la Florencia del Renacimiento con una fuerza inusitada. Había sido un ferviente estudiante dominico, brillante y apasionado. Sin embargo, estaba fuertemente impregnado de pesimismo, y su manera de escribir y hablar siempre tendía hacia la exaltación. Sus primeras críticas fueron hacia la misma Iglesia, a la que consideraba en estado de decadencia moral. Llegó a decir que la Curia Romana era una furcia corrupta. Savonarola entró como predicador en la Florencia de los Medici indignado por todo lo que veía, y convencido de que se acercaban días adversos. Dijo que un segundo Ciro entraría en Italia, y la súbita entrada de Carlos VII en la ciudad le dio la razón.
Se convirtió en un reformador. Predicaba que la vida cristiana consistía en hacer el bien, no en la pompa y circunstancia. Estaba en contra de las vestimentas, el juego, la usura y las fiestas profanas. Establecido como líder religioso y político de la ciudad, reprimió con dureza la sodomía y cualquier tipo de abuso. Odiaba los lujos, que según él alejaban al hombre de la pureza original. De este modo, hizo quemar espejos y cosméticos, pero también cuadros y libros. Se dice que Botticcelli, que era partidario suyo, quemó voluntariamente varias de sus obras en la así llamada Hoguera de las Vanidades. También se opuso al comercio y al dinero en general.
No tardó en hacerse enemigos poderosos. Un grupo de ellos se hizo llamar los enojados, y hasta el mismo Papa Alejandro VI anunció su excomunión y mandó que lo arrestaran. Pero Savonarola se negó a obedecer al corrompido pontífice Borgia, e incluso cuestionó abiertamente su autoridad. Para entonces, Savonarola había empezado a condenar a muerte a homosexuales y a adversarios políticos, y usaba niños para espiar dentro de las casas, en un régimen casi inquisitorial. Lo que había empezado como prédica se había convertido en tiranía.
A la desesperada, puesto que el poder del dominico era temible, sus enemigos usaron a los franciscanos. Dado que Florencia estaba dividida en revueltas violentas por su causa, un monje de la orden humilde le desafió a una prueba de fuego ante Dios. En un gesto de cobardía que fue su gran error, Savonarola se negó. Esto enfureció a la muchedumbre, y perdió el favor del pueblo. De este modo, fue arrestado, torturado y juzgado. Sus argumentos en defensa propia fueron formidables. Pero no le salvaron de la hoguera en la que su cuerpo fue quemado durante horas, hasta que sólo quedaron unas pocas cenizas que fueron tiradas al río Arno.
Savonarola no estaba equivocado en todo. Era sin duda un hombre extraordinario, para bien o para mal. Publicó varias obras de argumentación impecable en defensa del ascetismo. Sus ataques no eran contra la Iglesia como institución, sino contra el lamentable estado en que se encontraba en su tiempo. Denunció los lujos en una época en que muchos se morían de hambre mientras los nobles coleccionaban joyas. Su gran defecto fue el extremismo que manifestó desde el principio y que acabó llevándole a la crueldad y el fanatismo. Y la gran lección que se desprende de su trágica historia es que en todo hombre ha de haber coherencia entre lo que dice y lo que hace. Muchos de los que dicen defender a los pobres de hoy en día deberían recordarlo.

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