lunes, 30 de marzo de 2009

Todos menos uno


La pregunta que cabe hacerse es esta: ¿puede un escritor dedicarse a su oficio aunque todo el mundo piense que es un fracasado? Desde luego, hace falta un valor casi sobrehumano. Y, sin embargo, Herman Melville lo consiguió durante unos cuarenta años, los que van desde la publicación de su primer gran tropiezo comercial (Moby Dick) hasta su muerte. Y aunque pasó por muchas amarguras, y probablemente estuvo cerca, nunca le alcanzó el fantasma de la locura.
Melville fue primero de todo marinero, como Conrad, con el cual comparte no pocos rasgos. Después de esta temprana etapa de aventuras, se aposentó escribiendo obras relacionadas con el mar que había vivido, y casándose con una mujer infinitamente paciente con él. Lo cierto es que esas primeras obras fueron moderados éxitos, probablemente porque no eran demasiado complicadas. Pero el autor sí lo era, y de esos esbozos salió la pesadilla de Ahab y la ballena blanca, y su vida empezó a teñirse de negrura.
Quizás influenciado por la amistad con Hawthorne, las siguientes obras de Melville empezaron a ser más simbólicas y cada vez menos leídas. Los lectores suelen olvidarse, además, de que Melville era un notable poeta y un laborioso ensayista. Podemos perdonar a los lectores, dado que esa parte de su obra es de difícil acceso. Mientras tanto, Herman se dio intermitentemente al alcohol, su matrimonio se complicó (pero nunca se tambaleó), y perdió a dos de sus cuatro hijos, uno de ellos pegándose un tiro por accidente.
No obstante, Melville siguió escribiendo y publicando, pero para alimentar a su familia se dedicó a agente de aduanas durante un largo período de tiempo (las similitudes con Kafka son visibles). A aquellos aficionados a la literatura que lo conozcan por Moby Dick o Bartleby el Escribiente, les recomiendo que busquen otras obras de interés, como Billy Budd marinero, el Hombre de Confianza, o Benito Cereno. O como conclusión, la lectura de sus Cuentos Completos que Alba ha tenido a bien publicar no hace mucho, en excelente edición. La vida y la obra de Melville son un monumento al coraje y a la lucha contra el desánimo, y un ejemplo para cada uno de nosotros.

jueves, 26 de marzo de 2009

Cambio mediático


El miedo, como es sabido, es el motor de las acciones humanas. De este modo, si orientamos a la opinión pública hacia un miedo determinado, orientaremos sus acciones. Es curioso, sin embargo, cómo los terrores cambian de vestido según la época. Cuando se acabó la Guerra Fría, los avistamientos de OVNIS cayeron abismalmente. Ahora, metidos en una crisis económica extraña e inédita, otro apocalipsis muy en boga hasta hace poco, el del cambio climático, empieza a apagarse poco a poco.
Razones no faltan, o más bien razones sí faltan para que, sin el sostén de los medios (los prostíbulos de la literatura), el tinglado que ha hecho billonario a un fracasado político como Al Gore (y que le ha valido un ridículo Nobel de la Paz) empiece a desmontarse. Para empezar, las estaciones de medición de temperaturas llevan un siglo escaso funcionando, y están la mayoría de ellas situadas en zonas con interferencias (urbanas en general). No hay una buena comparación estadística con épocas pasadas. Recordemos que en la Historia de la Tierra ha habido muchas glaciaciones importantes.
Supongamos que efectivamente el cambio climático (es decir, el aumento de la temperatura media mundial) es cierto. Aunque a nivel científico y no divulgativo es un debate, no un hecho, esto hay que tenerlo claro. Pero harina de otro costal es saber si el hombre, esa criatura tan maligna que tanto odian los ecologistas furibundos, es la causa de ello. Los japoneses opinan que no, para dolor de cabeza del IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático). Y hay muchos otros estudios que contradicen la teoría implantada en nuestras tiernas mentes por la tele-le-visión, como puede verse en los apéndices a la magnífica novela de Michael Crichton "Estado de Miedo".
Lo peor no es eso. En un estupendo capítulo de Cosmos, Carl Sagan desmontaba con eficacia la teoría de los planetoides de Velikovski. Pero luego cargaba con más saña contra los científicos que habían tratado de silenciar esa teoría para no debatirla. "Ocultar ideas contrarias a nuestras opiniones puede ser útil en la política o la religión. Pero es inaceptable en la ciencia". Efectivamente, es inaceptable que los abanderados del día de mañana, que no podrían predecir el clima de aquí a una semana, intenten silenciar los estudios que no dan la razón a sus interesadas y apocalípticas predicciones. Eso no es ciencia seria, y a efectos de opinión pública, no debiera ser tomada como tal.

viernes, 20 de marzo de 2009

Perdidos de verdad


La quinta temporada de Perdidos (o Lost, para los fans) viene a confirmar lo que uno ya venía sospechando desde hace algún tiempo. Llega un momento en que las ideas se acaban, y cuando un hilo argumental se vuelve demasiado barroco, es que hay problemas. Mucho me gustaría comerme mis palabras en el futuro, pero los guionistas de esta serie, que tantos grandes momentos ha dado ya a la historia de la televisión, están perdiendo el rumbo del barco.
Una cosa es que los productores ignoren que siempre son más atractivos los enigmas que la respuesta a los mismos. Pero cuando entras en la dinámica de la paradoja temporal, te metes en camisa de once varas. Que yo sepa, sólo Regreso al Futuro resolvía con ingenio el tema. La paradoja temporal es insostenible en Terminator (que ya es decir), en el Planeta de los Simios (sobretodo en las secuelas), en Héroes ni te cuento... y en Lost es un recurso apañado para cubrir huecos y mostrar cosas no contadas sobre la historia de la Isla, pero destroza completamente el argumento.
Yo sólo pido que alguien compare los episodios que se emiten ahora (en USA, claro está), con aquellos maravillosos años de comienzo. La diferencia es abismal. Ya en la cuarta temporada la cosa empezaba a flaquear, pero en ésta sólo un episodio, uno solo (La vida y la muerte de Jeremy Bentham) se salva de la quema general. A Perdidos le está pasando lo que a otras series en el pasado: no saben cómo cerrarla, lo que tiene más delito habiendo anunciado una fecha de cierre, cosa que no ocurrió con, por ejemplo, Expediente X.
Quizás sea éste uno de los síntomas de que la cacareada edad de oro de la televisión americana moderna (en la que yo no creo, mejores fueron los 90, e infinitamente más los 60) está llegando a su fin. De eso no me cabe duda. Pero a Lost siempre hay que darle el beneficio de la duda, porque es posible que la última temporada nos deje a todos con la boca abierta. Así lo esperamos los fans más exigentes.

lunes, 16 de marzo de 2009

El peligro de los clásicos


Nunca le des la espalda a los clásicos. Nunca los des por sentados. Dicen que hay una etapa clásica en la formación de toda persona culta. Yo opino que esa etapa no debería acabar nunca. Ahora que vivimos tiempos tan cínicos, hay una cierta tendencia a menospreciar a los antiguos creadores. Deben ser cosas de la ley de educación o la tendencia a matar al padre. Pero los clásicos son enemigos poderosos. Cuando crees que estás por encima de ellos, te pueden apuñalar con un rayo de belleza aniquilador, como una frase de piano perfecta que te paraliza. No pocas veces, cuando ya creías saberlo todo sobre ellos, los redescubres y te entra miedo.
Es normal. Montaigne mismo se dedicó toda su vida a reinterpretar a los antiguos. Borges cultivó un género muy extraño de cuento y ensayo que parece el cierre a una etapa de la cultura. Cuando ves una página en blanco, o un lienzo sin tocar, y piensas en Shakespeare o Miguel Ángel, piensas "¿Para qué?", y te entra el terror. Cuando uno intenta el arte, no lo hace sólo por dinero, como decía Samuel Johnson socarronamente. Hay un deseo de hacer algo digno, algo que valga la pena, si eres honrado y tienes sentido estético.
Es duro hacer arte en un mundo en que el público agota a Dan Brown, un hombre que no había leído narrativa hasta los cuarenta, o a los iluminados de la televisión, ese aparato tan mal usado y pérfido. Pero es mucho más duro hacer algo bueno después de Faulkner, Joyce o Beckett. A veces, pienso que es una providencia que la Biblioteca de Babel se quemara, o que Mozart viviera pocos años. ¿Qué les hubiera quedado a los demás si tuviéramos más de cien obras de Esquilo o Mozart hubiera compuesto trescientas obras después de ese Réquiem que ya prefigura y hasta supera a Beethoven?
Dicen que si vas a Italia, te puede dar el síndrome de Stendhal (otro de los muchos que dejaron sus pies en el país del arte), de tanto cuadro, escultura y monumento. Es literalmente abrumador, eso es cierto, sobretodo si eres japonés. Aunque a mí, en Roma, me entraría más la tristeza que la admiración. Pensaría en Quevedo y miraría las ruinas del Imperio más o menos conservadas, y entonaría baladas tristes como las Elegías Romanas de Goethe. Lo malo es que Goethe lo hizo antes. Pero siempre hay nuevas formas de expresión. Los clásicos, como las montañas, invitan a ser desafiados.

martes, 10 de marzo de 2009

Héroes Solitarios


Vista la película Watchmen, sorprendentemente fiel al cómic y muy alejada del estilo de Snyder en la hipertrofiada 300, me pasma la diferencia entre las críticas españolas y las americanas. Puestos a elegir entre plumilllas, me fío más de Harry Knowles, Roger Ebert o Andrew O´Hehir que de los genios que sólo saben juzgar una película por su ideología o sus premisas en lugar de por sus cualidades estrictamente cinematográficas.
Siendo como es un comic casi infinito, y que no recuerdo exactamente de memoria (aunque lo haya leído unas cuantas veces), en la (excelente) película de Snyder me ha llamado la atención un aspecto que quizás ya está presente en la serie de Moore y Gibbons, pero no tan resaltado: la soledad de los héroes. Rorschach concibe el mundo del mismo modo que su máscara, en blanco y negro. El Comediante mira las cosas a la cara y les arranca su careta hipócrita. La "vida normal" del Búho Nocturno consiste en la nostalgia de un pasado que quizás nunca existió.
El Dr. Manhattan, en su condición de semidiós, está irremediablemente alejado de las emociones humanas tanto como nosotros podamos estarlo del baile de las abejas. Adrian Veidt es un superdotado de tal calibre que, tal y como menciona en el film "nunca me he entendido con nadie... vivo". Silk Spectre busca el amor y el sentido de la vida en relación con la violencia que le excita. "No conozco a nadie más, Dan". Hay algo patético pero emocionante cuando estos seres conectan entre sí: Rorschach diciendo a Dreiberg que es un buen amigo, Miss Jupiter llorando en Marte y rompiendo la maquinaria de cristal, el Comediante confesándose a Moloch, Manhattan aprobando con reservas a Veidt.
Ser un hombre extraordinario implica mucha soledad. Esto es verdad en la realidad alternativa de Watchmen y en la pacífica realidad que vivimos cada día. La soledad, desde los tiempos de Aquiles, o Beowulf, o Arturo, es el destino irremediable del héroe. Y entonces hay que vivir, como dice el libro de Hollis Mason, "bajo la máscara".

martes, 3 de marzo de 2009

La tristeza de don Quijote


Hay en el hecho literario un mucho de tristeza y pesar, siempre que nos salgamos de la mercadotecnia y hablemos de literatura de calidad. Al oficio solitario de escribir (no sé si al de leer) suelen dedicarse los que comparten ese "sentimiento trágico de la vida" que decía Unamuno. Y como ejemplo de lo antedicho voy a poner a la obra literaria por excelencia, mal que le pese a Harold Bloom. No es momento ahora de ser eruditos a la violeta; sobre el Quijote se ha escrito mucho y muy bien. Yo sólo quiero señalar una característica curiosísima en esta novela de novelas: siendo como es una obra increíblemente melancólica ("la melancolía de España" que decía Flaubert), también es capaz de hacerte reír, cosa que sólo genios como Chaplin han conseguido en otros ámbitos.
El Quijote es la historia de un hombre acomodado que a fuerza de leer libros de caballerías se trastorna y se convierte en caballero andante anacrónico, que se enamora de una campesina de un pueblo cercano que ni lo conoce, que se lleva como escudero a un ingenuo vecino que en su sencillez le sigue la corriente, y cuyas peripecias se hallan siempre en el terreno de la ilusión y la más penosa de las decepciones. Durante la primera parte, la más conocida, Don Quijote no asume que es un derrotado hasta el final, a fuerza de palizas y costaladas. En la segunda, el panorama es más sombrío y también más complejo.
Yo me río mucho (como todo buen lector, supongo) con el duelo entre el Quijote y el vizcaíno, o la aventura de los leones. No hay un cambio de humor entre la primera y la segunda partes, al menos aparentemente. También es notorio señalar que Sancho bautiza tempranamente a su señor como "el de la triste figura". Pero es que en la segunda parte las derrotas son más amargas: el buen escudero es elevado y luego aplastado por las artimañas de los duques, Don Quijote es derrotado en la playa y pisoteado por los cerdos. Y finalmente vuelven a la aldea, y en ese último capítulo que tanto diera que llorar a Heine, hasta a Cervantes le cuesta despedirse de sus personajes. Esto es literatura en su más pura esencia.