domingo, 10 de abril de 2011

Voces en la arena


Hace algunas semanas, el columnista Hermann Tertsch deseó que los países árabes salieran de las revueltas con un futuro "a la europea". Muchas tonterías se han dicho sobre la revuelta que está azotando, en distintos grados, a algunas dictaduras de Oriente Medio, y no es esta una de las más pequeñas, desde luego. Yo, que no soy especialista en temas tan complicados, quiero sin embargo añadir una reflexión.
Estamos asistiendo a un proceso histórico de resultados inciertos, en el que es casi imposible predecir el resultado. Por lo pronto, hay una guerra civil en Libia que no tiene visos de acabar a corto plazo. Es necesario destacar, sin embargo, que todo empezó con el sacrificio de un sólo hombre, Mohamed Bouazizi, en Túnez. Todos los que dicen en la vieja Europa que nadie puede cambiar el destino deberían tener presente ese nombre.
Pero yo me pregunto una cosa: ¿por qué están luchando estos jóvenes árabes? Porque si luchan por transformar sus dictaduras en las dictaduras de las urnas y las mayorías, están muriendo en vano. Si están peleando, con coraje y tesón infinitos, para instalar en sus países sistemas políticos como los europeos, para convertirse en sociedades que tengan como modelo a la podrida Europa, su sangre se está derramando en vano.
El Suplemento especial que la Vanguardia dedica al tema (hecho con ciertas prisas, y se nota), compara estas revueltas con la revolución de 1848 en Europa. ¡Valiente comparación! Todo el que haya leído La Educación Sentimental, o conozca un mínimo la historia de nuestro continente en los años posteriores a aquella farsa, culminada en la guerra de las trincheras que fue la mayor farsa de todos, debería borrar ese ejemplo.
Los que luchan en Libia y Siria por una nueva paz, como los que se manifestaron antes en Túnez y Egipto, tienen el derecho de elegir por sí mismos su destino. Los países occidentales, que bastante daño hicieron ya a esas sociedades para imponerles nuestros modelos caducados, no tienen derecho a marcar el camino. Los vivos y los muertos tienen la potestad de escoger un camino de libertad auténtica, o su propia manera de ser infelices.

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