sábado, 12 de marzo de 2011
Por uno mismo
Vivimos en una época obsesionada con la educación. Eso no estaría mal si nos centráramos más en la calidad de la educación que en la cantidad de la misma, lo cual, por desgracia, no es el caso. Así que voy a decir unas cuantas blasfemias al respecto. Para empezar, yo creo que el período de formación académica de una persona no debe eternizarse. Por descontado que uno se pasa la vida aprendiendo, pero no en un aula.
Cada vez que veo en algún sitio los elogios a esos que tienen tres carreras, o a cincuentones que estudian "para divertirse", me entra algo de repugnancia. Yo entiendo que la educación formal ha de consistir, en esencia, en dar a un alumno las herramientas que necesitará para luego poder aprender por sí mismo a lo largo de su carrera profesional. Esto, por descontado, no se cumple en casi ningún centro académico.
El mundo no es más complejo de lo que era hace tres mil años. Sólo nosotros lo hemos hecho más complejo. Una de las cosas más divertidas que suelen ofrecer las empresas de nuestros tiempos se llama "formación continua", es decir, un montón de cursillos inútiles en los que se cumple la profecia de Flaubert: pues, en efecto, "la industria está generando una gran cantidad de estupidez".
La calidad de nuestro aprendizaje es lo que cuenta. Si un alumno no llega ya totalmente inhabilitado a la Universidad, ésta se encarga de rematar la faena. Tengo por certeza que la educación tal y como está planteada se encarga eficazmente de castrar todo deseo de iniciativa, de cargar a sus víctimas con conocimientos que nunca usarán, y de podar su imaginación con eficacia sistemática.
Todos mis elogios van para los autodidactas, una especie en peligro de extinción. Para aquellos que aprendieron por sí mismos, sin importar lo altas que fueran las cumbres que alcanzaran. Pues los autodidactas, al no estar limitados por un esquema impuesto, pueden pensar con autonomía. Y un recuerdo final para los padres de mis padres, que sin leer ni escribir eran más sabios que toda la gente que acabé conociendo después.
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