sábado, 5 de marzo de 2011

No le ponga salsa


Al contrario de lo que dicta la gran mayoría de productos de las discográficas y de Hollywood, se puede vivir perfectamente sin amor. Para demostrar tan tremenda afirmación, únicamente me serviré de la cruda lógica, lo que excluye cualquier ejemplo, ya sea histórico o personal. El tema es delicado, y requiere que prescinda de la pedantería y del egocentrismo. He de ceñírme, simplemente, a mi visión de los hechos.
Obviamente, no se puede vivir perfectamente sin sexo, siendo éste, como el hambre y la sed, una necesidad fisiológica. Se podría decir que el sexo no es imprescindible para la supervivencia, pero sí es necesario para mantener un cierto grado de salud mental. No podemos tirar a la papelera miles de millones de años de evolución biológica sin pagar un precio, ciertamente elevado.
Mi ardua demostración también me exige que defina la naturaleza del amor. Voy a dar dos definiciones. La más establecida vendría a decir que el amor es un sentimiento de afinidad y afecto entre dos personas. Si nos ceñimos a este concepto común, surgen diversos peligros obvios, siendo los sentimientos emociones propensas a ser tan acentuadas como efímeras: de ahí los crímenes pasionales y las rupturas desagradables.
Pero mi definición del amor es distinta. He de decir en mi defensa que mi opinión de las mujeres no es peor que la de los hombres. El amor es, según mi visión, un disfraz de un disfraz: si mezclamos el deseo reproductivo con el miedo a la soledad, que es una derivación del miedo a la muerte, tenemos ese mito, no más consistente que otros, llamado amor romántico, y que por cierto no existió en nuestra cultura hasta el siglo 18.
Se puede vivir sin eso. De hecho, una mente disciplinada y atenta a la geometría del Universo puede prescindir de las violentas ilusiones del amor. No encuentro que la afinidad por otra persona me ayude a apreciar mejor la armonía de una orquesta, la contemplación de una catedral, o la lectura veraniega de una novela policíaca. La vida no se rige por estereotipos, sino por una fértil abundancia de atractivas complejidades.

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