viernes, 11 de febrero de 2011
Amor en conserva
Hay un calendario secreto, que de forma sutil nos marca los momentos en que hemos de acudir a las tiendas a hacer un curioso trueque. Consiste el intercambio en convertir algo tan intangible como el cariño o el amor en algo cuantificable: es decir, regalos comprados con sucio dinero. Lo más siniestro de todo esto es que las personas juzgamos los sentimientos por el valor de los presentes que recibimos.
El calendario, cuidadosamente programado, sería más o menos como sigue: San Valentín, Día del Padre, Día del Libro, Día de la Madre, Semana Santa, Día del Niño, Todos los Santos, Navidad y Reyes. Como puede verse, algunas de las fiestas en que más se consume tienen un cariz religioso cada día más polvoriento. He obviado los cumpleaños, bodas, bautizos, santos y comuniones, que sin embargo también se enraizan en la religión.
La perversión es sutil y por ello tanto más peligrosa. Yo propongo aquí que regalar es una forma de pereza. Muchas personas se escandalizarían ante esta afirmación, pero es esencialmente cierta. Cualquiera de las celebraciones mencionadas es motivo de compañía y de expresión real de nuestros afectos. Al sustituir eso por regalos acumulables, nos ahorramos el pequeño esfuerzo de conocer al otro, por próximo que éste sea.
Es como si una persona enferma recibiera una visita que consistiera en preguntar cómo estás y dejar un ramo de flores, en lugar de efectuar el simple pero impagable gesto de agarrar la mano del enfermo con cariño. Personalmente, los mejores cumpleaños que he tenido en mi vida consistieron en comer con una persona muy concreta un simple bizcocho juntos, y ello en pleno siglo XXI. Supongo que eso constituye una herejía.
Pero permitan que les replique. Antes he mencionado el aspecto religioso de muchos de los festivos en que nos lanzamos como fieras a los centros comerciales. Uno debería preguntarse a qué apela la religión en su esencia, libre de fanatismos. El Islam mismo establece que "incluso salir al encuentro de tu hermano con una cara sonriente es caridad". La verdadera herejía, que atenta contra el sentido común, es dar obsequios con cara de circunstancias.
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