sábado, 8 de enero de 2011

Vigilia que duerme


Es muy curioso el país de los sueños. Si me pidieran que describiera los míos, lo encontraría muy difícil: lo que puedo decir es que son variados, plagados de detalles inconexos, a veces creativos o sorprendentes, a menudo urbanos, fantasiosos y melancólicos. Tengo la certeza, a partir de mi propia experiencia, de que todo intento de interpretación, de Freud en adelante, es de antemano un error. Por lo que otros me cuentan, los sueños son algo más personal que universal.
El tópico se ha atribuido el dudoso mérito de catalogar el mundo onírico dentro de la ficción. La ficción, que supera al tópico sólo por media cabeza, se ha encargado de igualar la realidad a la categoría de sueño. Yo sólo puedo sospechar que la verdad no se encuentra en tales extremos. Es obvio que los dos mundos se comunican entre ellos. Nuestros sueños se alimentan claramente de lo que nos ocurre en la vida diaria.
Menos clara es la influencia de los sueños en la vigilia, más allá de ciertas inquietudes o reflejos que no siempre reconocemos con exactitud. Se ha escrito mucho sobre las diferencias entre los sueños y la realidad. Se ha dicho que los sueños no tienen memoria, pero yo mismo tengo la experiencia de recordar durmiendo cosas que me habían ocurrido durmiendo también. Tengo una vida onírica que no está totalmente ausente de coherencia interna.
Por lo demás, me cuesta pensar en la vigilia como la única realidad. En muy poco nos tendríamos que tener los hombres para admitir que la rutina diaria es nuestra verdad. En la mayor parte de los casos, un día es una dieta muy pobre para la mente. Trayectos apagados hacia la escuela o el trabajo, poblados de caras apáticas o enfadadas. Actividades monótonas en las que nos pasamos incontables horas, para un provecho dudoso.
Conversaciones banales o estúpidas en el mejor de los casos, enfrentamientos igualmente banales o estúpidos no pocas veces. Trayecto de vuelta, igualmente apagado. Entre tarea y tarea, intentos torpes de comunicación familiar. De cuando en cuando, sexo rutinario. Cansancio, televisión y cama. Escapadas en fines de semana y vacaciones, que rara vez colman las expectativas. Y dormir, tal vez soñar.
La Naturaleza no inventó el cerebro humano para tan poca cosa, del mismo modo que un tigre no nació para ser pastor. Todos tenemos inquietudes y deseos que sobrepasan en mucho lo que nos ofrece la llamada realidad, que de ser coherente, suele serlo en su pobreza. Es posible que algunas de esas inquietudes se canalicen a través del variado teatro de la noche. Pero el consumo de ficción y la diversión enloquecida demuestran que tampoco eso basta.

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