martes, 5 de enero de 2010
Están en el ajo
En Julio del ya pasado año, un irresponsable acusó en público a Buzz Aldrin de ser un mentiroso. La respuesta de Aldrin fue un sonado puñetazo. Para el famoso astronauta, que tanto le costó creer que había estado allí, fue insoportable que alguien lo pusiera en duda delante de sus narices. Lo cierto es que los científicos de la NASA no se rebajan jamás a refutar a los fanáticos que siguen creyendo que el hombre no ha pisado la Luna. Que los aficionados se encarguen de rebatir a los aficionados, sólo hace falta un poco de óptica de primer curso.
Las teorías conspiratorias forman parte del subconsciente colectivo desde hace mucho tiempo. El caso más sonado es la muerte del presidente Kennedy. Yo entiendo que es improbable que un perturbado solitario lo organizara todo desde un almacén de libros, con puntería y precisión asombrosas. Pero me resulta aún más increíble que detrás de esa muerte hubiera un plan maestro casi cósmico en el que estuvieran implicadas todas las instituciones americanas. La verdad rara vez está en esos extremos.
Otra célebre teoría de este tipo es la que concierne a la identidad de Jack el Destripador. Según Stephen Knight, el asesino no era otro que sir William Gull, el brillante médico privado de la Reina Victoria, por motivos relacionados con la masonería. Es en verdad un enigma que Jack matara en una misma noche a dos prostitutas con pocas horas de diferencia, y que nadie oyera ni viera nada, casi en las narices mismas de la policía inglesa. Pero me pregunto, en cualquier caso, por qué el cirujano real lo lograría con más facilidad.
Por lo poco que sabemos de la vida de William Shakespeare, era una persona de lo más normal. Para muchos académicos y escritores, parece resultar intolerable que un hombre anodino escribiera lo que escribió, y le atribuyen identidades fantásticas, desde Christopher Marlowe, que murió demasiado joven, al rey Jacobo I. Parece que el talento, para algunos, sólo puede nacer en cunas nobles. En su testamento, Shakespeare legó una de sus camas a su mujer, como burlándose de sus futuros biógrafos.
Hay montones de teorías de este tipo, que alimentan páginas web y clubs muy apasionados. Del desastre del World Trade Center se ha culpado al propio Gobierno antes que al islamismo radical que lo reivindicó desde el mismo principio. Las conspiraciones son animales que crecen muy bien en el caldo de cultivo del miedo sociológico al vacío. Después de todo, una hipótesis de este tipo no es más que un intento fácil de simplificar una realidad que, a poco que lo pensemos bien, se nos revela siempre banal o inescrutable.
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